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Aunque estaba un poco afectada, tenerlo a él contra mi cuerpo producía otro tipo de afición... con solo el roce de su cuerpo o de sus manos me encendía. Busqué su boca con la mía para poder besarlo, mientras mis manos vagaban por ese perfecto cuerpo que tenía Alfonso. Toqué sus brazos, su espalda, su columna hasta llegar a su nuca, allí donde su cabello se rizaba... tan suave.
Mi lengua luchaba con la suya al punto de faltarme el aire. Sus manos acariciaban cada parte de mi cuerpo que alcanzaba, encendiéndome cada vez más.
Me solté de su cuello y de su boca, jadeando, y mis manos bajaron al cinturón de su pantalón... desabrochándolo con lentitud, una lentitud mortal para Alfonso.

—Dime que traes preservativos — Jadeé luchando con su cinturón. Me tomó de la nuca y me acercó a su boca con tosquedad, besándome intensa y vorazmente mientras mis manos aún lidiaban con aquél pedazo de cuero que lo envolvía.

—Eso y más, nena — Las bragas, las piernas, las manos, todo me tembló cuando me dijo "nena" con ese tono excitado y lascivo que me volvía loca.
Me mordí el labio y volví a mi trabajo, quitando de una vez el cinto y desabrochando sus pantalones. Quité su camisa hacia afuera y, sin quitar mi mirada de la suya, me arrodillé frente a él.
Acarició la corona de mi cabeza con una sonrisa al mismo tiempo que mis dedos bajaban su bóxer, dejando una enorme y sorprendente erección al descubierto.
Sin dudarlo pasé la lengua por todo su largor, desde el tallo a la corona, antes de meterlo completamente en mi boca. Lo sentí jadear cuando la punta de su po.lla tocó mi campanilla, llegando más allá. Una de sus manos sostenía su camisa para que no me molestara la vista, y con la otra me tomaba del cabello para guiando mis movimientos. Sentí su gusto salado, esa secreción que brotaba apenas y que me preparaba para recibir toda su semilla, pero Poncho me separó de él halando de mi cabello hacia atrás. Con una brusquedad que nunca tuvo conmigo, me obligó a pararme y me besó queriendo descalabrar mis labios. Me quitó la ropa de un tirón, dejándome simplemente con los tacones, y yo hice lo mismo con su camisa mientras él luchaba por quitar sus pantalones y bóxer de sus tobillos, junto con sus zapatos.
Me dejó un momento allí, parada, deseando más para ir hacia un armario que había allí. Sacó una caja bajo mi curiosa mirada y se volvió a acercar a mí.

—Deseé mucho que te sintieras llena y completa mientras te foll.aba... pero no puedo compartirte con nadie. Jamás lo haré — Comenzó abriendo la caja que tenía un delicado candado que se abría por clave. Me miró sin alzar su cabeza, me sentía nerviosa ante lo desconocido, ante lo que contenía aquella caja de madera. —Quiero que sientas el placer infinito que se puede sentir mientras eres foll.ada por adelante y por atrás — Gemí pero no me escuchó. Ante esas palabras cerré mis piernas, un cosquilleo recorrió mi sexo y mi estómago por dentro. —No necesitaré de otro tipo, yo puedo hacerte sentir eso sin ayuda — Añadió. La caja se abrió y buscó algo, encontrándolo en segundos. Tragué grueso cuando sacó un consolador de tamaño grande y color fucsia. Era igual o más grande que su po.lla... aunque creo que igual. No emití ningún sonido. —Acércate — Me pidió. Mis pies estaban estancados en la alfombra del lugar, no sé por qué razón. ¡Vamos era Poncho! De él tenía que haberme esperado esto, pero no vi tan cerca el momento. Me acerqué y me quedé allí parada frente a él que me tendió el aparato. Lo tomé en mis manos y él apretó uno de sus botones. Comenzó a vibrar en mi mano, haciendo llegar sus cosquillas a todo mi cuerpo. Mi pregunta era ¿Dónde me metería el consolador? ¿En el co.ño o en el cu.lo? Lo vi sacar de la caja un frasco, era lubricante. Otra pregunta voló por mi mente ¿Esa habitación estaba preparada especialmente para él? ¿O había traído esa caja de México y nunca me di cuenta? —Aquí dentro tengo un dildo, pero no lo usaremos esta vez... el consolador es mejor para esta ocación.

—¿Cómo...? ¿Poncho que harás? — Hablé extasiada, no podía negar que esa idea me excitaba, pero a la vez me asustaba.

—Confía en mi preciosa — No respondí porque confiaba ciegamente en él... no me haría ningún daño. Guardó la caja luego de cerrarla y volvió a mí. —Te amo y jamás te haría daño ¿Lo sabes? — Murmuró cerca de mi cara. Yo asentí. —Quiero que sientas todo el placer que tengo para darte.

La Princesa Que No Es Lo Que Aparenta | Anahi y Alfonso Herrera | Donde viven las historias. Descúbrelo ahora