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—Desnúdate, ahora. Y no te descalces — Añadió. Bajé la vista, pues su mirada hacía sentirme como un flan.

El hecho de oír la voz de Poncho dándome la orden hizo que un escalofrío recorriese mi cuerpo, y sin dudar ni un momento, comencé a descubrir mi cuerpo. Sentía su mirada, girando a mí alrededor. Luego se alejó y lo vi llegar hacia mí con un pañuelo. Se colocó detrás de mí y me vendó los ojos con un pañuelo de seda negro.

—Poncho... ¿Para qué...? — No me dejó terminar.

—Dijiste que querías ser mi sumisa esta noche. Debes obedecerme sin chistar. No te he dado permiso para hablar — Me dijo con su boca pegada a mi oído. ¿Pero que...? Su voz dominante me hizo temblar más. ¿Yo había dicho que quería ser su sumisa? Sin duda el placer me cegaba y me hacía decir cualquier cosa.

—Pero...

—Anahí, no hay peros. Si quieres paramos aquí — No. Yo no quería parar, ahora ya estábamos en esa situación. Por alguna razón había deseado ser obediente esa noche.

—No — Susurré aún con los ojos vendados.

—Quiero que digas mi nombre. No ¿Qué? — Insistió.

—No, Alfonso.

—Mi amor — Susurró cerca de mí —Será algo leve dado a solo una vez lo practicaste. Confía en mí — Pidió. Asentí con la cabeza y me quedé muda, no veía, solo escuchaba y sentía. Escuchaba su vos penetrante y sentía su cuerpo revolotear a mi alrededor percibiendo como me observaba. Mi sexo empezaba a reaccionar.

—Estás preciosa. Levanta los brazos, las manos tras la nuca y abre las piernas — Pidió. Así lo hice. Él se colocó delante de mí y me dio un suave beso en los labios mientras con las manos empezó a tocar mis pechos, mis pezones... primero con suavidad, como tanteándolos, para pasar poco a poco a imprimir más fuerza en ellos hasta acabar pellizcándolos y retorciéndolos.
Llegó un momento en que hizo que aquello me doliera y emití un pequeño grito, por el cual él me dio un azote con la palma de la mano en cada uno de mis pechos.
—No recuerdo haberte permitido gritar — Oh Dios, iba en serio. Mi vientre se contrajo y tragué saliva.
—Perdón, Alfonso.

—Quiero que intentes acallar cualquier sonido que vaya a salir de tu boca a no ser que yo te diga lo contrario ¿Entendido? — Siguió con su tono dominante.

—Si, Alfonso — Afirmé.

—Bien — Lo sentí meter la mano entre mis piernas, explorando mi sexo, desde el clítoris hasta la vagina pasando los dedos por los labios sin dejar un solo rincón si examinar. Me incomodaba no poder verlo, no poder ver lo que hacía. Al notar los dedos mojados en mis labios no pude evitar, por impulso, echar la cabeza hacia atrás.

—No me estás obedeciendo, Anahí. Demuéstrame que quieres hacerlo. Déjalos relucientes — Exigió. Había probado tiempo atrás mis propios fluidos, esta no sería la primera vez. De hecho, él me los había hecho probar. Dudé.

—¿Qué pasa? ¿Te niegas a probar tus propios flujos? ¿Te niegas a cumplir mis deseos?

—No, pero... — Quise excusarme.

—¿Te vas a poner en plan rebelde? ¿Olvidas que te pusiste en mis manos y puedo hacer contigo lo que quiera? — Temblé. ¿Así sería como dominante? Pensé que tendría más compasión conmigo, pero en el fondo me gustaba esa postura. Abrí la boca y metió sus dedos húmedos, haciendo que los chupara. —Eso es preciosa — Me animó con voz ronca. —Espero sea la última vez que me intentas desobedecer, nena.
Luego de eso me dejó sola por unos instantes, parada en aquella habitación, sin poder ver. Escuché que abría la puerta y me quedé quieta hasta que lo sentí volver minutos después. Seguidamente me agarró del brazo y me deje guiar. Unos pasos y me soltó, sentí que se sentaba sobre la cama. Me tomó de las caderas y la acercó hacia él.

La Princesa Que No Es Lo Que Aparenta | Anahi y Alfonso Herrera | Donde viven las historias. Descúbrelo ahora