05

731 29 0
                                    

Mi cuerpo descansaba sobre el de Poncho, y si antes no tenía fuerzas, mucho menos ahora luego de dos horas más seguidas de sexo salvaje, brutal y todos sus sinónimos.
Mi aliento chocaba contra su pecho mientras su mano acariciaba mi espalda desnuda, desde la nuca hasta el comienzo de mi trasero.

—¿No tienes prisa de regresar hoy? — Preguntó contra mi cabello. Alcé la cabeza para mirarlo a los ojos, apoyando mi mentón en su pecho.

—Estoy sola en casa, mi marido está de viaje — Respondí en voz baja dado a que estábamos tan cerca que no necesitaba hacerlo en alto.

—¿Y tu amiga? — Antes de responder, reposé nuevamente mi cara en su pecho y susurré con cansancio.

—Supongo que tendré que irme sola — Esto último lo dije casi dormida. Sentí como, con un movimiento, Poncho me colocó a su lado y me abrazó... luego caí en un profundo sueño.

Desperté con el cuerpo más adolorido de lo normal, imaginé que era de día pero aún no amanecía, había dormido apenas dos horas.
Mi cuerpo estaba sin ganas, la noche estaba calurosa y necesitaba un baño urgente o no iba a poder dormirme ni un minuto más.
Me volteé y Poncho no estaba a mi lado. Toqué su lugar y aún quedaba el calor de su cuerpo en las sábanas. Tomé su almohada y me recosté en ella, inhalando su aroma a hombre. No tenía fuerzas para levantarme, quería quedarme allí aspirando su olor y nada más, pero el calor era sofocante. Me levanté al fin y vi que la ropa de Poncho aún estaba allí, así que supuse que estaba en el baño. ¿Debía esperar? Caminé hacia allí y escuché el agua de la ducha... al parecer él también necesitaba un baño pero ¿Debía entrar? Podría acompañarlo en la ducha, pero ¿y si no le gustaba? Me debatí unos segundos entre hacerlo o no, hasta que lo hice. Entré sigilosamente al baño, abrí el vidrio de la mampara y entré, sorprendiendo a Poncho pero para bien, porque al verme una enorme sonrisa se le dibujó en el rostro. Me acerqué y él me dejó mojarme, luego tomó un poco de gel en sus manos y las pasó por mi cuerpo, enjabonándome.

—¿No podías dormir? — Me preguntó mientras pasaba sus manos por mis hombros y brazos, evitando tocar algún punto de placer.

—Tenía calor — Respondí disfrutando sus caricias. —¿Tú?

—Yo tampoco podía dormir a causa del calor. No quería prender el aire acondicionado porque estábamos desnudos, no quería que te enfermaras — Lo dijo con tanta dulzura que sonreí como tonta.
Llevó sus manos a mi espalda, enjabonando mi cuello, columna, omóplatos, cintura, luego llegó a las caderas y masajeó mis nalgas. Gemí y tomé el jabón en gel para hacer lo mismo sobre su cuerpo, pasando por todo su pecho, espalda, brazos –que de hecho eran muy fuertes- evitando también puntos de placer.
Besos y agua fría cayendo sobre nuestros cuerpos, besándonos, acariciándonos, mirándonos y, entre risas, agua y gel la temperatura subió mucho más.

Cuando salimos de la ducha, luego de un buen baño y un poco de sexo bajo el agua, Poncho me cubrió con una bata y luego se colocó una toalla alrededor de sus caderas.

—A veces eres tan tímida — Habló con una sonrisa en su rostro, acariciando mis mejillas coloradas. —Me gusta ver cómo te sueltas conmigo, Annie. Como sabes lo que quiero, como te dejas llevar... y no quiero que tengas vergüenza — Añadió acercándose a mí, apoyándome sobre el lavamanos —En ningún momento quiero que la tengas. Sabes que conmigo puedes hacer lo que te cante, para mi será fantástico — Fruncí mi ceño ¿A que se refería? —Digo, eres muy... — Buscó la palabra —Conservadora... moderada cuando hablas, temiendo decir algo que al otro le moleste. No digo que esté mal, además yo no soy quién para decirte tal cosa pero... quiero que sepas que conmigo no tienes que reprimir nada ¿si? — Asentí con mi habitual vergüenza notándose en mi cara... y es que ese hombre me intimidaba mucho. Me abrazó con fuerzas, sin llegar a apretarme mucho, y susurró en mi oído —Cuando estés conmigo quiero que seas la mujer que quieres ser, esa que llevas dentro y no sabes si sacarla a la luz — Entonces me miró, tomándome la cara con sus manos —Suéltate preciosa, y no me refiero a que lo hagas en la cama porque lo haces, sino que lo hagas con tu personalidad. Eres la mujer perfecta, pero no es importante que lo seas si no puedes decir lo que sientes — Nadie me había dicho tal cosa, y sentía que tenía razón. Si, tenía toda la razón. Con cada palabra que dijo... en cada una había verdad... y es lo que yo sentía siempre. ¿Conservadora? ¿Moderada? Claro, una figura pública siempre lo es, sobre todo cuando eres esposa de una persona tan importante como un futuro gobernador de estado. Pero eso era con Manuel, con Poncho no tenía por qué reprimirme.

La Princesa Que No Es Lo Que Aparenta | Anahi y Alfonso Herrera | Donde viven las historias. Descúbrelo ahora