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Llegamos a su casa y ni siquiera me llevó a su habitación. Me quitó la ropa con rapidez en medio de la sala mientras yo le quitaba la suya con desesperación. Caminamos unos pasos hasta chocar con el sofá, entonces me sentó en él.

—Fóll.ame con tu boca — Le pedí jadeante. Alfonso abrió mis piernas y relajé mi cuerpo cuando las colocó sobre sus hombros. Me retorcí cuando sentí su lengua en mi vagina —¡Oh por Dios Poncho! — Levanté mis caderas al sentirlo en mi clítoris, succionándolo, chupándolo, mordiéndolo y rayando sus dientes en él. Amaba la lengua de Alfonso en mí, sentía tan rico que me hiciera sexo oral... era un momento indescriptible, una sensación de plenitud que solo él me daba.
Me estaba comiendo completa, su boca atrapaba toda mi vulva y yo seguía retorciéndome de placer. Sus dedos fueron a parar a mi hinchado clítoris mientras recorría mi vagina con toda su boca. Grité de gusto y sentí como mis néctares fluían de mi anhelante centro.
Cuando menos me lo esperaba me penetró con la lengua en puntita, dura y sin dejar de saborearme, entonces lo tomé de los cabellos y lo acerqué más para que no dejara de hacerlo en ningún momento. ¿Por qué el sexo con Poncho tenía que ser tan bueno? Ahora no iba a querer dejarlo ir, no. Amaba lo que me hacía sentir, y no podía si quiera pensar en no sentir esa sensación otra vez. Un dedo introducido en mí me hizo gritar. Metía y sacaba solo uno a la vez que su lengua pasaba por toda mi vagina, desde abajo hacia arriba, recorriéndola como si de un helado se tratase.
Quitó su boca y me miró, luego llevó su mano y frotó, y frotó mi vagina sin detenerse. Un suave y dulce golpecito me hizo gruñir. No soportaba, me estaba torturando de una manera exquisita pero que no iba a poder soportar por mucho tiempo.
Lo miré cuando introdujo dos dedos, luego tres, hasta cuatro... entonces me sentí desfallecer del placer. Metió y sacó sus cuatro dedos, sin cesar y con fuerzas, tan fuerte que yo solo gritaba y gritaba. Mis jugos chorreaban y acababan en el sofá.

—Poncho me... ¡¡me corro me corro!! — No dejó ni de lamer ni de introducir sus dedos hasta que me corrí como una desquiciada sobre su boca. Mis jugos salían a borbotones y Poncho saciaba su sed con mis néctares sin desperdiciar ni una gota del maravilloso orgasmo que acababa de darme.
No me dejó ni recuperarme cuando ya me había tomado de las caderas para entrelazar mis piernas en sus caderas y así levantarme y llevarme a su habitación.
Lo desnudé con impaciencia y con su ayuda, luego me recostó en la cama y me besó con ímpetu. Besó mi cuello, mis pechos, mordió mis pezones haciéndome gritar, acarició mi plano vientre, mi vulva aún sensible y llevó un dedo a mi ano.

—¿Has practicado alguna vez sexo anal? — Perturbada negué con la cabeza. —Me gustaría tanto foll.arte por el cu.lo, preciosa — Gemí ante sus excitantes palabras —Quiero ser el primero aquí — Dijo acariciando el orificio con un dedo. Como respuesta lo besé deseosa, y él sin dejar de mirarme se incorporó.

Se levantó y buscó algo, luego volvió a la cama ante mi confundida mirada y me mostró un pomo, al parecer de crema, y un juguetito con forma de chupete.
Me hizo ponerme de espaldas y en cuatro. Le hice caso con el corazón latiendo desenfrenadamente y me coloqué como me había pedido. Me abrió los cachetes del cu.lo e inmediatamente sentí un frío líquido en la entrada de mi ano, era lubricante.
Cerré los ojos con fuerzas, no sabía si estaba preparada para tener sexo anal. Jamás lo había hecho ¿Y si me dolía? Respiré profundo y me quejé cuando sentí algo frío y duro ingresando por mi ano.

—¿Qué... qué es? — Pregunté aterrada.

—Shh quieta preciosa, es solo un dilatador... un iniciador dado a que nunca te lo hicieron por aquí — Acarició mis nalgas y mi espalda mientras lo iba introduciendo.

—Es... es muy grande — Me quejé. Pues si, era demasiado grande para ser un iniciador.

—Mi po.lla es más grande preciosa, vendrá bien — Gemí. Con solo imaginar que me iba a foll.ar por el cu.lo ya me excitaba. Lo metió y lo sacó con suavidad y persistencia mientras no dejaba de acariciarme la espalda. Lo introdujo un poco más haciéndome gritar, era demasiado... me sentía hasta el tope. No podía pasar más allá ¿O si?

La Princesa Que No Es Lo Que Aparenta | Anahi y Alfonso Herrera | Donde viven las historias. Descúbrelo ahora