Bakugou Katsuki e Izuku Midoriya tenían una única misión, encontrar a un demonio que se hacía llamar "El Dios de la muerte".
Tanjiro Kamado solo tenía la culpa de no poder controlar a sus amigos Zenitsu Agatsuma e Inosuke Hashibira.
Shoto Todoroki...
— ¿Matrimonio? —repite Bakugou con la boca abierta.
—Sí —asiente Todoroki —Matrimonio, ¿no te gustaría?
No era una cuestión sobre que le gustara o no. Era más bien un tema sobre si quería hacerlo o no.
Estaban en la habitación del bicolor uno sentado frente al otro en el futon que usaban para dormir. El tema había surgido de forma espontánea, tal vez por el hecho de que dentro de un mes irían a la boda de Ochako y Tenya a la cual estaban invitados. Ninguno de los dos sabría decir quién estaba más nervioso.
Si el bicolor que había hecho la pregunta o el cenizo que debía contestarla.
Pero antes de que Katsuki pudiera dar su opinión sobre el tema, alguien toco la puerta y por la suave voz femenina, ambos se dieron cuenta que era Fuyumi.
El cenizo no pudo evitar el sentirse aliviado.
—Shoto, Katsuki-kun, hora de la cena —informo la albina sin atreverse a abrir la puerta tanto por respeto como por miedo de encontrar a los jóvenes en una situación comprometedora.
— ¡Ya vamos! —respondió el de ojos rojos, poniéndose de pie hacia la puerta y siendo seguido por el bicolor.
En todo el día no volvieron a hablar sobre el tema.
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En Japón las leyes no eran tan flexibles ni la sociedad compresiva. La mayoría se dejaban llevar por el estatus y el rigor de sus tradiciones. Las mujeres debían quedarse en casa, cuidar a los hijos y atender a sus maridos. Los hombres debían ser fuerte, sombríos y fríamente educados. Las muestras de afecto eran vistas como de muy mal gusto ante el ojo público y las preferencias sexuales u orientaciones sexuales era un tema casi tabú.
Nunca le había importado mucho pensar sobre ello. Su educación en Yuei fue bastante al estilo occidental y a aparte, las personas con las que vivió siempre le repitieron que tenían más miedo de los demonios que de lo que la sociedad japonesa pudiera pensar sobre ellos si estaban tomados de la mano en un lugar público.
Bakugou puede apostar muchas cosas a que Yagi, de estar vivo, no tendría la menor vergüenza de besar a Aizawa en una plaza pública a plenas luz del día.
Pero para él era un tema distinto.
—Una moneda por sus pensamientos —comento una divertida voz detrás suyo que le hizo voltear con fastidio — ¿O quizás, dos monedas?
La doble apuesta de Hawks le saco un bufido divertido, lo que hizo creer al hombre que tenía derecho a sentarse a su lado en el porche de la casa. Su apariencia descuidada y tranquila le hicieron querer vivir sin tantas preocupaciones como él.
— ¿No piensas hablarme? Porque yo puedo hablar todo el día, de ti, de el pequeño Shoto, de Enji-san —parloteaba el rubio —Sobre todas las pequeñas e infinitas cosas que sé mientras tú te mantienes calladito ahí sentado.