CAPÍTULO IV: TRAS EL BOSQUE

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—¡Toc, toc! —escucho que tocan la puerta de mi cuarto.

—Adelante... —digo con un bostezo, aún en la cama.

Entra mi padre y sube las persianas de mi cuarto. Por la luz del sol que entra, cierro los ojos y me escondo bajo las sábanas. Que raro, nunca suele venir a despertarme.

—¡Vamos dormilona! Que llegarás tarde al instituto —me dice intentando despertarme.

Bajo las sábanas de mi cara para que mis ojos se acostumbren a la luz, y le aviso que me preparo ahora. Tras unos minutos dejando caer el agua sobre mi en la ducha, me visto y bajo a la cocina.

—¡Te he preparado gofres! —me avisa al verme bajar de las escaleras.

Sin pensarlo dos veces, cojo uno y me lo meto en la boca.

—Gracias, pero ¿A qué viene tanta amabilidad? Ayer ya preparaste gofres y no sueles hacerlos con tanta frecuencia —pregunto entrecerrando los ojos con recelo.

—Nada cariño, es solo que me pone muy feliz que hayas aceptado ser bruja suprema.

—Ya, bien —sigo con sospechas, aquí hay gato encerrado.

—Y cuando vuelvas del instituto tendrás tu primera clase de hechizos —confiesa rápidamente para que no pueda cortarle.

—¡¿Qué?! ¡¿Pero ya?! ¡¿Tán rápido?!

—Solo tienes tres meses, tendrás que darte un poco de prisa.

Suelto un gruñido mientras me agacho para recoger la mochila, y me dispongo a salir hacia el instituto.

—Adiós papá, luego nos vemos —me despido mientras le doy un beso en la mejilla.

—¡Que tengas un buen día!

Camino hasta la casa de Edward, que está en la ruta del camino. Me acerco a la puerta y toco el timbre. Él mismo abre y seguimos caminando hacia la casa de Jace. Hasta ahora nadie habla, estoy demasiado ocupada con mis pensamientos.

—¿Qué, preparada para tu primera clase de hechicería? —pregunta para romper el hielo.— Ayer Mike me llamó y me contó todo lo ocurrido

—¿Mike? ¿Ahora lo llamas por su nombre de pila? ¿Y por qué todo el mundo está empeñado con eso? ¿Acaso no veis que ya estoy muy agobiada? —le suelto frustrada—. ¿Y cómo es eso de que Jace y tú también sois hombres lobo? Al parecer todo el mundo estaba al tanto de esto menos yo.

—Comprende que todo era para tu bien, nunca quisimos hacerte nada que te perjudicara. Tranquila, todo pasará pronto, tú céntrate en el instituto y en los exámenes, déjanos a nosotros prepararte antes de la ceremonia —me tranquiliza, y consigo relajarme un poco.

Nos detenemos en frente de la casa de Jace, y tocamos el timbre.

—¡Hola! -nos saluda él con felicidad al abrir la puerta. —¡Vámonos!

Ojalá pudiera estar tan feliz como él. Tras una corta caminata, llegamos al instituto, y cada uno de nosotros entra en su aula correspondiente. Después de ocho horas largas y aburridas, toca el timbre que da por finalizadas las clases, y como de costumbre, les espero en la salida. Cuando llegan me explican cómo serán las clases de brujería:

—Primero aprenderás a cómo y cuándo usar tus poderes, y luego, a defenderte con ellos.

—¿Tienes ganas de empezar? —me pregunta Jace sonriéndome.

—No muchas, a ser sincera.

—Te va a gustar, es divertido.

Caminamos mucho hasta que llegamos a un bosque.

—¿Qué hacemos aquí? —pregunto confundida.

—Es un largo camino así que... —me dice Edward y los dos empiezan a quitarse los zapatos y las chaquetas que llevan puestas. También se quitan las camisas y veo los increíblemente perfectos y musculosos brazos que tiene Edward. Es normal que sea mucho más fuerte que yo. Miro mis brazos delgados y a comparación de los de él, parecen unos palillos chinos. Cuando se quedan en pantalones se esconden tras unos arbustos. No entiendo nada, así que espero. Escucho pisadas a mis espaldas y al darme la vuelta veo dos grandes y feroces lobos aparecen frente a mi. Me sobresalto por el susto y me caigo hacia atrás, contra el tronco de un árbol. Uno de los lobos se me acerca lentamente. No sé por qué pero me recuerda a alguien. Abre la boca y pienso que me va a morder, cierro los ojos y me sujeto fuerte a la hierba del suelo.

—Abby... Tranquila, soy yo, Edward —me dice el lobo.

Me quedo atónita.

—¿Edward?

—¿No lo recuerdas? Somos hombres lobo.

—Ah, sí, es verdad —recuerdo, suspiro de alivio—. Se me olvidó por completo, entonces, el de atrás es Jace, ¿verdad?

El otro lobo se acerca y me dice:

—Sube al lomo de Edward, que no hay tiempo que perder.

Edward se agacha para que yo pueda sentarme, y cuando me levanta teniéndome encima, me sobresalto otra vez. Pero esta vez me agarro fuerte al pelaje de él, es de color blanco, igual que la nieve. El eplaje de Jace es negro como el hazabache. Se me hace raro pensar que es mi amigo. Comienzan a correr a través del bosque, esquivando con gracia los árboles. El viento me golpea en la cara por la velocidad que cogemos y el pelo se me despeina. Siento que estoy volando y cierro los ojos. Tras mucho tiempo cruzando el bosque, veo un río largo, y tras él, una casa grande, es muy vieja, parece haber estado allí desde hace más de décadas. Cruzamos el río, que no es muy ondo, y, con las pisadas de Edward, me salpico los tobillos. El agua está helada, se acerca el invierno. Nos paramos en frente de la casa, y Jace y Edward vuelven a convertirse en personas. Jace toca el timbre, tiene una forma muy extraña, parecida a la de un puño de bebé, y su melodía me pone los pelos de punta. Una anciana con el pelo blanco por la edad y el ropaje extraño nos abre la puerta.

—Pasad..., pasad... —nos invita.

Entramos, y veo que la casa está llena de destellos, luces por todas partes, cristales que reflejan la luz en infinitos colores hacia todos los lados, trastos extraños... La anciana nos guía a una habitación. No puedo parar de mirar los adornos extraños que hay. En la habitación que entramos no hay nada, solo una sábana que tapa casi toda la pared de enfrente.

—Os dejo chicos —se despide la anciana, y al salir, cierra la puerta.

—¿A dónde se va? —pregunto.

—No hace falta que te preocupes, conocemos este sitio tanto como ella —me tranquiliza Edward.

Jace quita la sábana de un tirón y lo deja en el suelo. Veo un círculo extraño, parece una piscina circular, pero está empotrada contra la pared y el agua no cae de ella. Me acerco y lo toco con la mano, pero al hacerlo, mi mano pasa a través de ella.

—¿Te gusta el portal? —me pregunta Jace.

—¡¿Un portal?! ¿Qué hace un portal aquí? —intrigo.

—Entra y verás, este no es el único lugar donde hay magia —me dice.

Y cruzo por el portal.

Reina BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora