Reina Bruja

CAPÍTULO V: PRIMER DÍA DE ENTRENAMIENTO

Al atravesarlo, veo una oscuridad fantasmal, una niebla que rodea todo lo que alcanzan ver mis ojos, un silencio estremecedor...

—¡Qué! ¿Impresionada con este mundo? ¡Tu reinado! —exclama Jace con énfasis.

Cautelosa, observo las casas. Cada una es distinta, de colores distintos, extravagantes, algunas oscuras, otras de una estructura deforme...

—No es por nada, pero no está un poco... No sé, ¿abandonado? —pregunto intentando no herir los sentimientos de los dos.

—Lo sé, ha cambiado mucho desde que tu madre..., ya sabes —confiesa—. Ya nadie lo reina. Nadie se encarga de él.

Caminamos por las calles oscuras mientras me explican un poco del entorno, veo los diferentes edificios, y en la punta de un gran acantilado a lo lejos, un enorme castillo. Me pregunto de quién será.

—¿Podemos ir a ese acantilado? —pregunto señalando con curiosidad.

—Deberíamos decírselo —le insiste Edward a Jace a la oreja, pero ignoro la acción.

—Está bien, ¡Vámonos! —nos guía Jace.

Pasamos por diferentes calles, Y subimos al acantilado. Me acerco al borde del abismo y abajo veo un ancho río de corrientes agresivas. No me gustan las alturas y me aparto. Vuelvo a donde están los chicos y nos detenemos frente a la gran puerta del castillo. Antes de entrar, Edward me sujeta del hombro para detenerme.

—Abby... Este gran castillo... Era de tu madre —me explica.

—¿Estás segura de que quieres entrar? —me pregunta Jace, pasando su brazo sobre mis hombros.

—Si —respondo apartando su brazo con la mano, no necesito que nadie me consuele.

Ellos saben que no me gusta hablar de la muerte de mi madre y son cuidadosos con ese tema, pero tampoco puedo hacer que nadie hable del asunto y escapar de la realidad. Empujo la gigantesca puerta de roble, y entramos. El castillo de tres pisos es de un color morado ligero, el tono me recuerda a la ropa que solía llevar mi madre, siempre con esos tonos. ¿Cómo nunca pude darme cuenta de que no era una humana corriente? Ella era distinta, y ahora yo también lo soy.

Un larga alfombra de color rojo escarlata que llega hasta el fondo del pasillo adorna el suelo. El recibidor es enorme y todos los muebles son de un estilo victoriano. No hago caso de lo que me dicen los chicos, y ando por la alfombra poco a poco observando todos los detalles. Siento el alma de mi madre repartida por todos los rincones del castillo. Subo las escaleras que están en el centro de la entrada y descubro que da entrada al piso superior. Me acerco a una habitación que está al final del pasillo, con la puerta entreabierta, y entro. En el interior, me hallo con una gran biblioteca, llena de estantes de cristal con pócimas, libros anchos con las páginas amarillentas por los años y una gran mesa de estudio en el centro. Al otro lado de las estanterías, un poco escondido, hay una gran zona vacía. Me acerco a dicho lugar y en el centro encuentro una vidriera. En su interior contiene un cetro plateado, con forma de rama, y una piedra morada incrustada en la punta, igual que el de mi colgante. Me acerco a él poco a poco y me doy cuenta de que mi colgante y la piedra del cetro brillan a la vez. Igual que lo hizo con el libro mágico. Alzo la mano para abrir la vitrina y observar de cerca, pero en ese preciso momento alguien aparece y no llego ni a tocarla.

—¡Abby! ¿Qué haces? —interrumpe Jace entrando en la biblioteca.

—Nada —le respondo disimuladamente, apartando la mano rápidamente.

Se queda parado en la entrada, observando el cetro, pero no dice nada. Moviéndome lentamente, me voy a ver la mesa de estudio y encuentro unas fotos enmarcadas. ¡Son fotos mías, mías y de mi madre! En la foto salgo yo de pequeña con cinco años en un columpio y mi madre empujándome por atrás. Yo nunca había visto esta foto, ni tampoco sabía de su existencia. Me entristezco un poco al ver la felicidad que tiene en su rostro.