CAPÍTULO VII: BUSCANDO INFORMACIÓN

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No disfruto del sueño pacífico, estoy demasiado alterada.

Al despertarme, veo que la luz del sol no atraviesa por las ventanas hasta llegar a mis ojos, sino que aún es de noche. Mi reloj reposa en la mesilla de noche al lado de mi cama, marca las cuatro y cuarto de la madrugada. Permanezco unos minutos un poco grogui mirando a la mesilla, no tengo sueño, pero tampoco puedo hacer mucha cosa a estas horas.

Veo mi bolso al lado del reloj, al que le sobresale algo que me parece muy familiar, pero a causa del golpe no recuerdo qué es.

Aparto las sábanas de las piernas y me siento en la cama; recojo el bolso y saco el objeto de él, es un marco de fotos. No veo de quien es la imagen, así que enciendo la lámpara que uso a veces para leer por la noche.

Soy yo, con mi madre.

Ahora recuerdo parte de lo ocurrido antes. Es la fotografía que recogí de la mesa de estudio que había en la biblioteca.

Me quedo mirándola, feliz de tener algún recuerdo suyo a parte del colgante. Pero también siento tristeza, se la vé tan feliz, tan orgullosa, tan despreocupada, tan, tan... Tan viva. Nadie habría podido ni siquiera imaginar que dentro de un año moriría por cáncer. Aunque fuese pequeña, recuerdo los últimos días que pasé con ella, cuando estaba ingresada en el hospital. Mi padre solía dormir en la sala de al lado, en una cama plegable. La madre de Edward me cuidaba, por la mañana me llevaba al colegio, por la tarde al hospital, y cuando anochecía me traía a su casa y dormía en la habitación de Edward. Cuando iba al hospital corría directamente a la habitación 224, la habitación de mi madre, entraba por la puerta y cuando ella me veía, toda su tristeza se desvanecía, y yo me subía a su cama para hablar con ella.

Todas las enfermeras me conocían, cuando no podía estar con mamá, me pasaba el día jugando y corriendo en los pasillos.

Recuerdo exactamente como fué el último día. Como de costumbre fui a la habitación donde estaba ella. Ese día se veía especialmente cansada, más de lo habitual. Estuvimos hablando un buen rato, mucho más rato de lo normal. Por la tarde tenían que hacerle unas pruebas, así que mi padre me pidió que saliera para que las enfermeras pudieran entrar a llevarse a mi madre, pero antes de que pudiera incluso bajarme de la cama, ella me dijo que tenía algo especial para mí. Y entonces fue cuando se quitó el colgante del cuello y me lo entregó. Antes de irse me dijo: "Espero que hagas un buen uso de él. Cuídalo con tu vida Te quiero".

Parecía que sabía con antelación que aquel era el último día. Después de cuatro horas muy largas, una enfermera vino corriendo muy angustiada a donde mi padre. Entonces fue cuando recibimos la mala noticia.

El ruido de una rama de árbol contra la ventana hace que vuelva a la realidad. Sacudo la cabeza para ahuyentar los recuerdos y situo la fotografía en la mesilla, para poder verlo todas las veces que quiera.

Un mal olor hace que arrugue la nariz, no sé de dónde viene. Me olisqueo el hombro para saber si soy yo, y sí, soy yo. Sigo llevando la misma ropa de ayer, la que me ensucié al caerme en el charco. Cojo el neceser, una toalla y ropa limpia, y me dirijo a la ducha.

El olor familiar de mi champú de fresas hace que me tranquilice, y que por diez minutos, sea la misma persona que era antes de todo esto.

No paro de darle vueltas a lo que pasó ayer, lo que pasó con el cetro. Si la llave que se supone que me dejó mi madre abre la vitrina, eso significa que no me dejó la llave, si no que el cetro. Pero, ¿Cómo puede haberme dejado eso, si no soy capaz ni de empuñarlo?

Necesito información.

Salgo de la ducha y me visto lo más rápido posible para no perder el tiempo. Me dirijo de puntillas a mi habitación para no despertar a papá. Meto la ropa de ayer en el cesto de ropa sucia y guardo el neceser en el cajón. Vuelvo a mirar el reloj, marcan las cinco menos diez.

Reina BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora