CAPÍTULO XXVI: MALAS DECISIONES

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Al despertar el dolor infernal me golpea en la cabeza y me maldigo a mi misma por haber estado bebiendo. Masajeándome las sienes me levanto y salgo de mi cuarto para ir al baño. Me miro en el espejo y observo mis ojos hinchados y rojos por llorar toda la noche. Ignoro la punzada de dolor que me atraviesa el pecho al pensar en lo de ayer y me meto en la ducha. Tras asearme y vestirme, bajo a la cocina a por mi desayuno.

-Buenos días -me saludo papá.

Me ofrece una taza de café recién hecho y una aspirina.

-Gracias.

-No debiste beber tanto anoche con los chicos -me dice-. Sé que a vuestra edad es divertido pero no es bueno pasarse.

Tardo un momento en procesar que es la excusa que le ha contado Edrielle.

-Lo sé -coincido antes de llevarme la pastilla a la boca.

-Me he olvidado de recoger una carpeta de mi oficina, iré a por ella y después buscaré algún lugar en donde entrenar solo -me explica limpiando una manzana en el grifo.

-¿Desde cuando estás tan obsesionado en cuidar tu cuerpo? -me rio extrañada.

-No es cuidar el cuerpo, son mis poderes. Si no entreno pierdo el control de mi transformación.

Terminamos de desayunar y cuando papá se va me quedo sola. Aprovecho el tiempo para recoger mi cuarto y acabo con algunas tareas del instituto. En dos horas me quedo sin qué hacer. Me tumbo en la cama boca abajo y cierro los ojos para descansar. Si Ethan estuviera aquí podríamos hacer algo juntos. Como cuando me enseñó a cómo ponerle un cuchillo en el cuello a alguien sin que se de cuenta. Como me lo hizo él la primera vez que lo vi. ¿Dónde estará? Lo echo mucho de menos. Ojalá hubiera ido tras él ayer y no me hubiera quedado llorando. Maldita sea. Debo mantenerme ocupada o estos pensamientos van a acabar conmigo. Agarro mi bolso y salgo a la calle. No sé a dónde me dirijo. Tampoco importa mucho. Camino hasta que sin darme cuenta llego a la casa de Edward. Toco el timbre y él mismo me abre la puerta.

-Hola -saludo.

-Hola, ¿Qué pasa? ¿Estás bien? -me interroga.

-Si, estoy perfectamente -lo tranquilizo-. Solo pasaba a hacerte una visita.

-Oh, claro, pasa.

Entro y me encuentro con la casa vacía.

-¿No está Karen? -pregunto.

-No, ha salido a visitar a mi abuela y a mi padre al reino lobuno -me informa caminando hacia la cocina-. ¿Quieres un refresco?

-Si.

Me pasa una lata de cola y coge otra para él. Nos sentamos en el sofá del salón y, para mi incomodidad, me mira a los ojos con recelo sin abrir la boca.

-¿Qué pasa? -pregunto nerviosa.

-Me pregunto cuándo vas a contarme lo que pasó ayer -dice sin apartar los ojos de los míos.

Sin más remedio se lo cuento todo desde el principio sin saltarme nada. Cuando concluyo con el relato una lagrima me rueda por la rejilla, cayendo en el sofá de cuero blanco. En cierto modo me ha servido de desahogo emocional. Edward no parece enfadado, como me lo esperaba, sino pensativo y analizando cada palabra que he pronunciado.

-Me extraña que no se hubiera detenido a hablar -comenta tomando un sorbo de su bebida.

-A mi no, es normal que esté enfadado, no le conté que me había besado.

-¿Cuántas veces hay que repetirte que no tienes la culpa de nada? La tiene Jackson por haberte besado sin tu consentimiento y por haberle mentido a Ethan. Y Ethan por no haberse detenido a escuchar tu explicación.

-¿De verdad lo crees? -pregunto esperanzada.

-Si, no es tu culpa que haya habido un malentendido. Eres una chica inteligente, divertida, hermosa y simpática. Si no quiere escuchar tus explicaciones, él mismo se lo pierde -dice con delicadeza, mirándome a los ojos-. Al menos yo nunca te haría eso.

No tengo ni la menor idea de lo que está haciendo, pero levanta la mano, la lleva a mi mejilla y me la acaricia con el pulgar. Lo miro extrañada cuando levanta la espalda del sofá mientras acerca nuestros labios. No entiendo lo que está haciendo ahora mismo, pero no quiero que se aparte de mí. No se que es lo peor, que me esté besando o que yo le esté siguiendo. Empiezo a sentirme bien, el alma que antes sentía dormido ahora se está despertando poco a poco. Su lengua se encuentra con la mía y sabe a la cola que se ha bebido. Sus manos alcanzan el bajo de mi camisa y tira de ella hacia arriba para quitármela. La echa al suelo y vuelve a juntar nuestros labios. Sin dejar de besarme me tumba en el sofá, se aparta, y se quita su camiseta, también tirándola al suelo. Observo su perfecto pecho musculoso que sube y baja agitadamente, se acerca y vuelve a besarme con fuerza. Sus manos bajan desde mi cintura hacia el cierre de mis vaqueros y allí es donde reacciono de lo que está pasando.

-Espera -pido apartando la cara de él.

-¿Qué pasa? Podemos ir más despacio -me asegura apoyando sus manos en mis muslos.

-No... No es eso -digo haciendo fuerza para sentarme.

Él también se sienta y me mira a la cara esperando respuestas.

-Es que... Lo siento, lo siento mucho -me disculpo levantándome a recoger mi camisa del suelo y volver a ponérmela.

-¿Qué ha pasado? ¿He hecho algo mal? -pregunta pasándose la mano por el pelo.

-No, ha sido culpa mía. Lo siento mucho, mucho, mucho.

Recojo mi bolso y salgo de casa dejando a Edward perplejo. Con las mejillas empapadas de lágrimas llego a casa y subo a mi cuarto corriendo. Me tumbo en la cama y lloro contra un cojín. ¿Por qué he hecho eso? ¿Por qué? Acabo de arreglar las cosas con él y ahora le hago daño. ¿Pero qué me pasa? ¿Por qué me estoy comportando así? Debería haberme detenido antes de haberle dado falsas esperanzas, es uno de mis pocos amigos y yo lo trato tan cruelmente. No hay derecho. ¿Por qué le he seguido el beso si ni siquiera me gusta de ese modo? ¿Qué diablos pasó por mi cabeza en ese momento? Nada. Literalmente no pasó nada. Soy una idiota. Esto no me lo perdonará jamás, en mi vida. Lo único que he hecho ha sido darle falsas esperanzas. Me odio a mi misma por hacerle esto. Entre llanto y llanto creo que me quedo dormida.

Cuando levanto la cabeza y miro la hora veo que son las cinco y media de la tarde. Me siento y permanezco unos minutos observando mis manos. Se me hace raro llevar esta ropa, aun siguen las arrugas que ha dejado Edward al quitarme la camisa. Me visto con un pijama y salgo al pasillo. La luz del despacho de mi padre cruza por la puerta entreabierta. Debe de estar trabajando. Bajo a la cocina y cojo del congelador un bote de helado de vainilla con virutas de chocolate y una cuchara, y me dirijo al salón. Introduzco el CD de una película al azar en el reproductor y me acomodo en el sofá. Esto me ayudará a no pensar mucho.

-Me encanta esta parte -dice papá entrando en el salón con una cuchara en mano cuando voy por la mitad.

Se sienta a mi lado de un salto llevándose un bocado de mi helado a la boca. No sé porqué pero en cuanto lo veo entrar tan feliz todas mis preocupaciones caen encima de mi cabeza como un balde de agua fría. Los ojos me empiezan a arder, señal de que voy a llorar, y me tengo que agarrar fuerte al bote de helado para que mis manos dejen de temblar. Antes de que me de cuenta de lo que estoy haciendo, me abalanzo sobre mi padre rodeándolo con mis brazos con fuerza.

-¿Qué pasa? -pregunta perplejo pasando la mano por mi espalda con suavidad.

-Estoy cansada -lloro contra su hombro dejando un charco de lágrimas, babas y mocos en su camisa.

-¿Es por Ethan? - inquiere con rabia.

-No -miento negando con la cabeza.

-Entonces, ¿Por qué? Me estás preocupando.

-Es por todo papá, por todo -confieso apartándome de él para secarme las mejillas.

-¿Quieres hablar? -me pregunta apoyando su mano en mi rodilla.

-No.

-Está bien -cede sin hacer más preguntas-. Ven aquí.

Abre sus brazos y me entierro en su pecho.

-Te quiero -le digo.

-Yo también te quiero.

Reina BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora