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11 años

Ya había dejado de llover, pero los geranios del balcón seguían teniendo gotas en los pétalos. Ted se quedó perplejo mirando cómo una de ellas resbalaba hasta llegar a la tierra húmeda y desaparecer. Era una de las cosas que más amaba de los días lluviosos, lo bonito y brillante que era todo al final. Cómo las nubes se despejaban y dejaban pasar de nuevo al Sol, que hacía que pequeñas gotitas de agua brillaran como estrellas.

— Teodoro — alguien cortó su hilo de pensamiento.

Ted miró a la profesora Martin y frunció los labios. Había algo en su propio nombre que siempre le hacía poner una mueca. Quizás era porque habían demasiadas Os, o quizás porque el nombre se lo había puesto su padre.

— Me llamo Ted.

La profesora asintió con la cabeza y, con el dedo índice izquierdo, se empujó las gafas por el tabique de la nariz hasta prácticamente llegar a los ojos. Ted vio que tenía los dedos largos y algo rojos, quizás por el frío.

— Ted, ya es la tercera vez que suspendes un examen de inglés — él asintió —. Si no mejoras, vas a suspender la asignatura.

— He estudiado mucho — mintió.

La noche anterior al examen, Ted estuvo con su hermana mayor mirando telenovelas. En vez de estar apuntando frases en pasado y futuro, sus manos estaban hundidas en una bolsa de patatas fritas.

— Voy a tener que mandarles un correo a tus padres, Ted.

No valía la pena suplicar, y él lo sabía, así que simplemente se encogió de hombros y asintió. La profesora continuó hablando, pero Ted dejó de escuchar y miró de nuevo hacia la ventana. Los geranios se habían secado.

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— ¿Qué te ha dicho?

Hugo le había esperado en la entrada del colegio. Siempre volvían juntos a casa. Ted soltó un resoplido mientras se colgaba la mochila de un hombro y sonrió.

— Ya sabes, lo típico — dijo mientras salían del edificio. El cielo empezaba a oscurecer —. Malas notas, bla, bla, bla. Correo a tus padres, bla, bla, bla.

Hugo soltó una risita y abrió un paquete de galletas que llevaba más de cinco horas aplastado en el fondo de su mochila. Ted cogió un trozo roto y se lo llevó a la boca. Sabía a manzana y canela.

— Sigo sin entender por qué suspendes inglés. Sacas buenas notas en todo.

— No lo sé, es super aburrido. Ningún verbo tiene sentido y ni siquiera usan acentos. ¿Cómo se supone que debo saber cómo se pronuncia si no hay acentos?

— Supongo que tienes razón — dijo Hugo, y cambiaron de tema durante el resto del trayecto.

Cuando Ted llegó a casa, se preparó mentalmente para la bronca que le iba a caer. Su madre solía tener mucha paciencia, pero suspender tres veces seguidas era, según su padre, "de gente idiota".

— ¡Ted! — le llamó su madre nada más cerrar la puerta.

— ¡Voy!

Dejó la mochila y la chaqueta encima de su cama y se quitó los zapatos, los cuales dejó tirados por el suelo de la habitación antes de ir al comedor. Su madre estaba sentada en el sofá mirando su teléfono móvil. Al ver que Ted entraba en el comedor, le dedicó una sonrisa. Ted suspiró relajado.

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