41. El mundo es demasiado pequeño, y las mentiras, demasiado grandes.

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(El mundo es demasiado pequeño, y las mentiras, demasiado grandes)

Las tres entramos a la cabaña murmurando palabrotas y arrastrando nuestros pies sobre el suelo de madera.

Alice sacudió sus manos, haciendo que varias gotas de lodo se esparcieran por la sábana blanca de mi cama.

—Alice—me quejo—, un poco más de cuidado, ¿no?

—¿Cuidado?—inquiere ella—. Nos hicieron correr a través del lodo, ellos debieron tener cuidado. Mira nada más cómo nos dejaron.

—Bueno, la pobre cama no tiene la culpa.

Camino hacia el baño y me detengo frente al espejo.

Actividad de confianza. ¿Confianza para qué? Sabrá Juaco. En estos dos últimos días, las actividades se habían vuelto interminables. Según Aspen, servían para mantear la confianza en uno mismo y en los demás.

Nos habían hecho correr por el lodo como si fuéramos unos cerditos. Nos habían hecho escalar. Nos dieron más charlas motivacionales. Nos hicieron quedar toda una noche en medio del campo principal para recrear una "fogata". Y, finalmente, sí, otro puñado de charlas.

No había sido tan malo, tenía que admitirlo, pero si eras poco atlética y deportiva como yo, las cosas cambiaban bastante.

Ella aparece por la puerta mientras agarra el borde de una toalla, la deja colgando en el mango de la puerta y me guiña un ojo.

—Báñate, pero no tardes mucho, acá estamos dos seres ansiando tomar una ducha.

Ella desaparece y yo miro otra vez mi reflejo, y lo único que puedo advertir son mis ojos y... nada más. Incluso mis labios están llenos de lodo.

Sin demorar más, cierro la puerta del baño y camino hacia la ducha. Cuando el agua fría hace contacto con mi piel, casi quiero jadear del placer.

Se sentía tan bien.

Restriego las manos sobre mis brazos, tratando de quitar el exceso de suciedad. Enjuago mi cabello y hago todo lo posible para dejarlo limpio.

Cuando creo que ya estoy libre del mugre, salgo de la ducha y envuelvo mi cuerpo en la toalla. Luego, cuando me volteo hacia la ropa arrugada y mugrienta que se encuentra en el suelo, maldigo.

Definitivamente, debía aprender a buscar algo de ropa antes de entrar a un baño ajeno.

Estoy a punto de pedirle a una de las chicas que me traigan algo de ropa, pero cuando abro la puerta y asomo la cabeza a través de ella, un grito asustadizo sale de mi boca.

—Joder, joder, joder—llevo una mano a mi pecho y bajo la cabeza—. Pero, ¿qué mierda haces ahí? Casi me matas del susto, imbécil.

—Qué linda te ves enojada, rubia.

Levanto la cabeza y encaro a Jaxson. Sí, Jaxson, el jodido Jaxson estaba frente a mí, con su ropa limpia, el cabello goteando y una sonrisa satisfactoria.

¿Cómo se había bañado tan rápido? Él estaba más mugriento y embarrado que yo.

—¿Qué. Mierda. Haces. Ahí?—repito, mirándolo con mala cara.

Dulce Error ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora