34. La justificación de hacer cosas malas para contrarrestar cosas peores.

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(La justificación de hacer cosas malas para contrarrestar cosas peores)

Y cuando él pensó que ya nada podía lastimarlo, la conoció a ella.

Él sabía perfectamente que aquella chica de sutil sonrisa se estaba convirtiendo en su debilidad.

Y sabía que no había manera alguna de remediarlo.

Stay with me—Sam Smith.

Él ya está despierto cuando yo abro los ojos. Lander se encuentra mirando el techo, pero cuando ve que me muevo, voltea a mirarme, sonríe y deja un corto beso en mi sien.

—Me preguntaba cuánto tardarías en levantarte.

Tiro de la sábana hacia arriba, tratando de cubrirme más con ella. Lander se mueve y dobla su cuerpo para mirarme directamente, yo giro la cabeza y le devuelvo la mirada.

—¿Qué hora es?

—Diez de la mañana.

—¿Diez? Oh, joder.

—No tenemos nada que hacer, ¿por qué te preocupas?

—Porque sólo tenemos este día para visitar a dónde sea que iremos.

—Puedo quedarme aquí, Brown, siempre y cuando sea contigo. No me molestaría para nada.

—Entonces tu punto en la lista ya no tendría sentido.

—Claro que sí—él se encoge de hombros—. Estoy en Filadelfia, este era un lugar desconocido para mí.

Me siento en la cama y lo miro mal.

—Debemos, como mínimo, conocer un lugar. Dentro de Filadelfia—especifico. Él también se endereza y me mira con los ojos entrecerrados.

—¿Y a dónde se supone que iremos?

—Sólo salgamos y caminemos, con eso basta.

Él parpadea, mira al frente, se desordena el cabello y vuelve a mirarme.

—Vale, noto que ahora sí tienes el espíritu aventurero.

Ruedo los ojos, divertida. Mientras, él se levanta de la cama y camina únicamente en bóxer hacia el baño.

—¿Y, Brown?—se voltea a mirarme—. Tengo el presentimiento de que esta ciudad se convertirá en mi ciudad favorita a partir de ahora—vuelve a girarse y antes de que se cierre la puerta del baño, lo escucho decir:—. Por ti.

Yo me quedo sentada en la cama, con mi cuerpo enredado entre la sábana y una suave sonrisa en el rostro. El timbre de mi celular suena y muevo mi cabeza para quitar el rostro del chico de mi mente,  camino hacia la maleta y saco el celular. No había hecho uso de él en toda la noche.

Cuando la pantalla se alumbra, el nombre de Reece se ve reflejado. Acepto su llamada entrante, llevo el celular a mi oreja y vuelvo a sentarme en la cama. El sonido de la ducha había empezado a sonar de fondo.

—Filadelfia—es lo primero que digo.

—¿Qué?

—Hemos terminado en Filadelfia.

—Oh, joder, chica...

—De por sí, el nombre Filadelfia ya es potente, imagina cómo debe ser estar allá.

Frunzo el ceño ante la voz que escucho. Esa no era Reece.

Dulce Error ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora