33. Una habitación de hotel asombrosamente desconocida.

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(Una habitación de hotel asombrosamente desconocida)

Él se propuso llevársela lejos, mejorar sus días, sanar sus heridas.

Se propuso cuidarla, alegrarla y amarla.

Pero lo que no sabía es que, muy pronto, todo aquello que había construido, se vendría abajo.

El taxi se detiene frente a su apartamento, agarro con fuerza la caja que tengo en mi mano mientras que le entrego el dinero con la otra al conductor. Cuando las suelas de mis zapatos tocan el suelo, mordisqueo mi labio y me quedo un minuto ahí, dudando.

No podía darme la vuelta e irme, no cuando ya estaba aquí.

Sin pensarlo más, camino hacia la puerta y doy varios golpes en ella. No sabía si quería que estuviese y no me abriera o que apareciera ahí, frente a mí.

Cuando la puerta se abre, lo primero que veo son sus ojos. Lander me está mirando con extrañeza.

Bien, aquí vamos.

—¿Brown?

—Hola.

Él frunce el ceño y abre la boca, la cierra y se hace a un lado.

—Entra.

Sin rechistar, hago lo que dice y entro a su apartamento, el lugar seguía estando como lo recordaba. Él cierra la puerta y también mordisquea su labio, yo lo miro y luego bajo la mirada a la caja en mis manos.

—Ten, es para ti.

Extrañado, acepta lo que le doy, alza la tapa de la caja, y cuando ve lo que hay adentro, arquea las cejas.

—¿Brownies?

—Preparados por la mejor repostera de Brooklyn—murmuro, él sonríe y asiente.

—No lo dudo pero, ¿por qué brownies?

Jugueteo con mis manos y tomo aire antes de dejarlo salir con lentitud.

—Supongo que es mi forma de decir lo siento.

Él me observa en silencio, yo empiezo otra vez a mordisquear mi labio mientras siento la pesadez de su mirada.

—¿Estoy siendo ridícula?—pregunto.

—Ven—él camina hacia la mesa, deja la caja en ella y luego se dirige al sofá, yo voy tras él y me siento a su lado, dejando un gran espacio entre ambos, él rueda los ojos y se sienta más cerca.

—¿Así que esto es una especie de disculpa?—inquiere. Muevo la cabeza de un lado a otro para luego asentir.

—Sólo quería decirte que tienes razón—admito—. Soy yo la del problema, tú lo sabes, yo lo sé, soy yo quién debería cambiar.

—No quiero que cambies.

Lo ignoro y sigo hablando.

—Me molestó el hecho de que Kelly dijera todo eso porque sabía que tú se lo habías dicho, pero tenías razón cuando dijiste que eran circunstancias distintas, y lo comprendo. Me molestó lo del boxeo porque aborrezco el hecho de que te hagas daño y ni siquiera parece que eso te importe, pero aquí estaré para ayudarte siempre que me necesites. Sentí miedo y me puse a la defensiva porque nadie nunca había tenido la iniciativa de decirme que me quería como tú lo haces, pero sé que me quieres, lo has demostrado muchas veces.

Dulce Error ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora