23. Noche de boxeo.

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(Noche de boxeo)

El bullicio era ensordecedor. Las personas chocaban unas con otras mientras trataban de dirigirse al cuadrilátero. Siento la mano de Cárter agarrar mi muñeca y tirar de ella hacia un pequeño pasillo.

—No se separen de mí, ¿entendido? En ningún momento—dice con autoridad.

Él había pasado por mí y por Artie quince minutos antes de las ocho. Yo, literalmente, le había rogado a un hombre para que accediera a traerme a este lugar. Cárter pataleó, miró mal a Artie, me miró mal a mí y maldijo por lo bajo. Todo eso antes de soltar un bufido de derrota y hacerme un débil movimiento para que entrara al auto.

—¿Hacia dónde nos lleva el pasillo?—pregunta Arite.

—Hacia Lander.

El lugar no era como lo describían en los libros. Nos encontrábamos en un edificio, en la primera planta con varios guardias cubriendo las entradas y supervisando el exterior. La cosa cambiaba cuando entrabas a la sala. El lugar era el mismo, claro: lujoso, elegante y bonito. Sin embargo, el ambiente y la gente hacían la diferencia. Ningún guardia se veía por ningún lugar dentro de la sala.

Caminamos unos cuantos metros más hasta que llegamos a otra sala más pequeña, de ella se desprendían varias habitaciones. Cárter se acerca a una puerta y antes de abrirla, se voltea para mirarnos.

—Esto es una mala idea, una pésima, de hecho—él desliza una mano por su cabello, inquieto—. Sólo recuerda, Eira, que si él no te había contado de esto antes fue por algo.

No quiero sentirme culpable por sus palabras. Sabía que estaba obligándolo a traicionar la confianza de Lander, pero también sabía que él no había puesto demasiada resistencia. Él, de algún modo, quería que supiera lo que Lander hacía.

—Hablaré con él solo unos minutos—digo, pero los tres sabemos que esa respuesta no tiene nada que ver con lo que él acababa de decir.

Cárter me mira con desconfianza antes de voltearse y abrir la puerta, entramos en completo silencio a la habitación. Lo primero que veo es el cuerpo sudoroso de Lander golpeando un saco que cuelga del techo, da pequeños brincos a medida que va dejando un golpe, su respiración es agitada y cansada, pero él no parece querer detenerse.

—Lander—la voz de Cárter suena por todo el lugar y hace que Lander se detenga de golpe y nos mire. Sus ojos recorren nuestras caras y cuando llega a la mía, empalidece.

—¿Qué mierda, Cárter?—El mencionado se rasca la nuca y baja un poco la cabeza.

—Fue idea suya. Es algo que debes arreglarlo con ella.

Lander quita los guantes de sus manos y los tira al suelo.

—¿Por qué coño la trajiste? Yo...

—Joder, hombre, ella quiso venir—interfiere nuevamente su amigo.

Lander abre la boca para decir algo más, pero me le adelanté al igual que lo hicieron mis pasos. Me detuve frente a él y miré su rostro sudoroso. 

—Es por esto, ¿no?—él no dice nada. Baja la cabeza con culpabilidad y se queda estático—. Esta es la razón de tus golpes—no era una pregunta, sin embargo, ansiaba que me respondiera—. Contesta.

—Sí.

Miro para otro lado y me alejo un poco de él.

—¿Por qué no lo dijiste antes?

—No podía hacerlo.

—¿No podías o no querías?—inquiero. Lo miro y noto que su mirada está puesta en mí—. ¿Es algo tan importante como para que tuvieras que ocultármelo?

Dulce Error ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora