09. Jaxson Gill.

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(Jaxson Gill)

Estoy aquí otra vez.

La entrada del psiquiátrico está completamente vacía.

A estas horas no dejan entrar ni salir a nadie, la seguridad del hospital psiquiátrico es estricta: nadie sale ni entra después de las cuatro de la tarde. Nadie pasea por el jardín trasero después de las cinco, y nadie sale de sus cuartos después de las seis.

El reloj en mi muñeca marca las cuarto y seis de la tarde. Los rayos de sol son opacos, casi inexistentes, dándole pronto el paso a la noche.

Camino con seguridad sobre el pavimento que me separa del vigilante. No sé muy bien la razón por la cual estoy aquí, simplemente pensé que era lo correcto.

O lo incorrecto.

Me detengo frente al hombre canoso, lo recordaba de todas las veces en las que me quedaba mirando fijamente la salida del lugar.

Aquel hombre, tal como aquellas otras veces, me da una mirada fría camuflada de advertencia. Sé lo que quiere decir: un paso en falso y las consecuencias serán letales.

Sólo que yo ya no soy una de las pacientes que tiene que cuidar y él ya no es mi guardia.

—Hola.

Él baja la cabeza, se quita los lentes con lentitud, me mira de arriba abajo y vuele a colocarse sus gafas. Todo con movimientos robóticos y rígidos.

—No puedes pasar.

—Si puedo—saco la identificación que evidencia que fui paciente de este hospital y arqueo una ceja.

Ambos sabemos que aquella identificación es una pérdida de tiempo. Él sabe muy bien quien soy. Yo sé muy bien quién es.

—¿Ahora sí me dejará pasar?

Él vacila unos momentos, pero termina suspirando con pesadez.

—Sólo hasta que se termine la hora de la comida—dice, haciéndose a un lado.

—Es tiempo suficiente para mí.

Camino por el pequeño jardín de la entrada y me adentro al primer piso del hospital.

El murmullo se escucha a pesar de estar a varios metros lejos del comedor, las puertas negras se ven a la distancia con una apariencia aterradora y un poco descuidadas.

Mis pasos resuenan a lo largo de todo el pasillo, ni un alma hace acto de presencia en el lugar, no mientras camino hacia el comedor.

El murmullo se hace más presente. Mis manos toman los cerrojos, forzándolos a abrirse, la puerta hace un chirrido cuando es abierta, tomo un respiro y levanto la cabeza.

El silencio se expande por toda la sala y una multitud me mira con intriga. No es común que hayan visitas en este hospital.

Mantengo la frente en alto, mis piernas tiemblan y mis manos sudan más de lo normal. Retengo mis ganas de darme la vuelta y salir corriendo de aquí, pero no me iré antes de hablar con él.

Dulce Error ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora