12. Escapada furtiva.

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(Escapada furtiva)

El mes de mayo siempre es el peor.

Siento las puntas de mis dedos entumecidas mientras los muevo para apartar el calambre. Mis hombros pesan y mi garganta arde.

Estoy hecha un desastre.

Después de que Lander me dejara en casa, no logré pegar el ojo en toda la noche, ni un minuto.

Es extraño. Cómo todos aquellos otros días puedo ser como cualquier otro mientras que en las noches, de pedacito en pedacito, se acerca el mes de mayo.

El constante mareo y la desorientación aumentaban con cada segundo que pasa. Apoyo mi mano en la barra y bajo la cabeza.

Cierro los ojos por unos instantes, los reflejos desorbitados y distorsionados de aquella vez llegan a mi cabeza sin previo aviso, haciéndome abrir los ojos.

Hace dos años y medio que sucedió.

Hace dos años y medio que me atraparon.

Hace dos años y medio casi muero.

Joder, qué dolor de cabeza.

Paso una mano por mi cara, tratando de apartar el sueño. El cansancio no me deja respirar en paz, la sensación de ahogo y la pesadez de mis ojos me obligan a empeñar toda mi fuerza en mantenerme alerta y cuerda.

Las palabras de Lander me golpean con fuerza: es cuestión de instintos. Sí, lo es, claro que lo es.

Me mente tiene esa extraña costumbre de martirizarse a sí misma, reproduciendo los recuerdos una y otra. Y otra vez.

No pienses más. No pienses más. No pienses más.

Ya, basta.

Parpadeo varias veces, acostumbrándome nuevamente a la vista de la cafetería. Paso una mano por mi sucio delantal, alisándolo. Acomodo mi cabello y hago mi mayor esfuerzo para no parecer una chica de la Generación Z entrando en plena crisis existencial.

Contrólate.

La campana vuelve a sonar y yo, intentando mantener la expresión de neutralidad, maldigo a la persona que entra por esa puerta. Me volteo un segundo para recomponerme y tratar de fijar una buena y muy falsa sonrisa.

—Eira, hola.

Me volteo con la expresión más calmada que puedo obtener y contemplo la imagen de Elly frente a mí.

Esta vez su cabello rubio va sostenido por una cola alta que hace que su rostro se vea más perfilado. Sus ojos marrones están acompañados por el rastro de una leve sombra con brillos en sus párpados. Ella me sonríe con amabilidad, mostrando su ensanchada sonrisa y labios rojos.

—Hola—respondo.

Ella no parece notar el mal humor en mi voz, y si lo hace, parece no darle importancia. Golpea sus nudillos en la barra y mira tras de mí.

—¿Lo mismo de la vez pasada?—pregunto, llamando su atención.

Ella menea la cabeza, espabilándose y asiente con la cabeza.

—Sí, cariño. Por favor.

Me volteo hacia la parte de repostería y me dirijo a ella a paso lento. Cuando tomo el pequeño pudín entre mis manos, siento como estas empiezan a temblar por el peso. Parpadeo varias veces y me obligo a mantener la calma.

Dulce Error ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora