42. Matar a un ángel.

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(Matar a un ángel)

Un minuto de silencio por aquella persona que se fue.

Que se fue y que nunca más regresará.


Elly no estaba sonriendo, ni siquiera parecía tener la intención de hacerlo.

No había hablado desde que se había sentado en la silla. Lander, Jaxson y yo nos encontrábamos con las respiraciones aceleradas, los cuerpos dolorosos y unas interminables ganas de saber con certeza todo lo que ocurría.

¿En qué momento esto se había salido de control?

¿En qué momento había terminado encadenada y en la misma habitación con Jaxson y Lander?

¿En qué momento Elly, a pesar de que no la conocía demasiado, había cambiado tanto?

Bajo la cabeza cuando siento una punzada de dolor, miro a la mujer de reojo, y sin poder aguantar un segundo más en medio del tenso silencio, mascullo:

—¿Qué está esperando? ¿Un premio? Hable ya de una vez.

Ella aparta la mirada de Jaxson y la coloca en mí. Me mira de arriba abajo con cautela, como si estuviera analizándome.

—Es una pena, ¿no crees?—murmura—. Pareces ser una buena chica.

—Necesito una explicación—siseo, ignorando su comentario—. Necesito saber qué hago aquí, por qué ellos lo están también. Y usted, joder, ¿usted qué mierda quiere?

Ella suspiró pesadamente y apoyó la espalda en la silla, cruzó las piernas y entrelazó las manos en su regazo.

—Siempre me gustaron los cuentos—dice con suavidad—. Cuando era pequeña, solía ir sola a la biblioteca más cercana y me quedaba horas leyendo alguna historia.

—Pero, ¿qué coño...?

—Así que ha llegado mi turno de contarles una historia a ustedes—me interrumpe. Tomo un largo respiro para tratar de controlarme—. Todo comenzó hace muchísimos años, cuando una linda niña rubia y alegre fue diagnosticada con Trastorno antisocial de la personalidad, ¿saben lo que es eso?

Ninguno de los tres dijimos nada. Los guardias seguían estando a unos pasos de nosotros, rígidos y silenciosos.

Elly rodó los ojos.

—Como sea, están en un psiquiátrico, supongo que se hacen una idea de lo que es. Sigamos, esa niña había empezado a realizar acciones bastantes... anormales para su edad. Le gustaba cortarle el cabello a las otras niñas, empujarlas, quemarlas con el encendedor y un sinfín de cosas. Estuvo con cientos de psiquiatras por años y años, pero ninguno de esos sirvió para controlarla. Porque, simplemente, ella era incontrolable.

»Cuando cumplió los diecinueve años, decidió irse de casa. La relación con sus padres no era más que gritos, quejas e insultos por parte de ambos, así que no resultó una molestia para sus progenitores que ella desapareciera. Completamente sola y sin dinero, vagó por las calles de Brooklyn durante días y fue fugitiva por las noches, hasta que alguien, un ángel, quizá, apareció en su vida.

Ella pestañea y mira fijamente la pared en la que estamos apoyados, como si estuviese reviviendo aquellos recuerdos.

—Era un hombre joven, guapo, amable, inteligente y sumamente rico—continúa—. Sólo tenía un defecto.

Dulce Error ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora