30. Dime, ¿qué es lo que ves?

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(Dime, ¿qué es lo que ves?)

No hay porqué asustarse, a veces los monstruos no son tan malos como piensan que son.

El problema, cariño, es que no eres un monstruo, porque tu maldad es inigualable.

Monster—Rihanna; Eminem.

Las palabras dejan mi boca con lentitud.

Ninguno dice nada, nadie hace nada, el agarre de Lander no se debilita, ni tampoco detiene las caricias y, sin embargo, siento un nudo en mi estómago por tan sólo pensar en todas las consecuencias que traerá lo que acabo de decir.

—Hace dos años dos hombres me secuestraron. Estuve desaparecida una semana—digo.

Lander se aparta un poco de mí, sus ojos me taladran con fuerza.

—¿Quieres contarme todo?—pregunta en un murmuro.

Trago saliva y miro para otro lado. Para ser sincera, había imaginado este momento cientos de veces; yo contando todo lo que había vivido mientras ellos, todos ellos, me escuchaban. No pensé que podía ser real. No pensé que podía ser tan pronto.

—Tengo miedo—repito.

—¿Y quién dijo que tener miedo es malo?—Lander ladea la cabeza y me sonríe un poco—. Estoy aquí, Brown. Jodidamente aquí, a tu lado. Di todo lo que quieras decir.

Permito que de mi boca salga un lamento y dejo que mi cabeza caiga hacia adelante, haciendo que mi frente quede en su hombro.

—Cuando estuve ahí—empiezo en voz baja—, luego del tercer día, perdí la cuenta...

El dolor en mis articulaciones, la falta de comida y las pocas horas de sueño estaban pasando factura.

Traté de moverme, pero el insoportable dolor en mi espalda hizo que un gemido saliera de boca. Sentía cómo la sangre corría por mi espalda y también la sensación de que esa zona estaba en llamas. Ardía, ardía muchísimo.

A ellos no le bastaron con marcarme una ni dos veces, los hicieron muchas más, hasta que mis gritos los saciaron. Las irregulares marcas provocadas por aquel objeto caliente estaban latentes en mi espalda, ensangrentadas y llenas de materia.

Sabía que no me dejarían morir, eso lo sabía con certeza, nada de todo esto hubiera servido si ellos no me dejarían viva, aunque claro, dentro de unas horas, mi vida ya no sería parte de este mundo.

Oigo unos pasos fuera de la pequeña habitación, el tintineo de unas llaves me confirmaban que uno de los secuestradores estaba por abrir la puerta. Trato de incorporarme, pero una nueva corriente de dolor hace que casi sea imposible realizar un movimiento, así que me quedo en mi puesto, sentada en el suelo.

La puerta se abre con brusquedad al mismo tiempo en que diviso a Norman. Él se queda unos momentos completamente quieto al ver la situación tan lamentable en la que me encuentro, pero a pesar de que es el más sensible, y no es que esa sea la palabra adecuada para describirlo, de los, sabía que no me dejaría ir.

—Te ves terrible—su voz sonó ronca, pero agradecí que no sonara enfadada.

Sé que no lograré articular ninguna palabra, al menos no una coherente, así que ni siquiera hago el intento de contestarle.

—¿Qué? ¿Ya no hablas? Hace unos días no podías cerrar esa puta boca—sisea.

Camina hacia el centro de la habitación y se sienta en la silla que estaba a su lado.

Dulce Error ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora