13. Aguas cristalinas.

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(Aguas cristalinas)

El auto se detiene frente a un muelle. Miro confundida como Lander se quita el cinturón y baja del auto, imito su acción y bajo tras él.

Detiene sus pasos para darse la vuelta y espera a que yo misma llegue a su lado. Sus dedos rozan la piel de mi muñeca antes de que la agarre con naturalidad y me lleve más cerca del agua.

—¿Qué hacemos aquí?—pregunto.

El lugar está oscuro y completamente solo. Las débiles tablas de maderas crujen bajo nuestros pies aún cuando ni siquiera estamos moviéndonos.

Lander suelta su agarre y se sostiene de una de las barandas de madera a su lado, me obliga a acercarme a él, haciéndome sostener también de la baranda.

—Tú querías salir del hospital y este fue el primer lugar al que se me ocurrió traerte—él repasa con la mirada todo el panorama. Sus ojos se detiene más tiempo en el agua antes de voltearse hacia mí—. ¿No te gusta?

Mi giro hacia él y hago el mayor esfuerzo para darle una sonrisa decente.

—¿Bromeas? Es hermoso—digo.

Él vuelve a sostener mi muñeca, guiándome hacia el borde del muelle, se sienta junto a mis pies y me mira desde abajo.

—Tal vez deberías sentarte. Creo que estaremos aquí por un largo tiempo.

Yo arqueo una de mis cejas, pero no le replico nada. Arrugo la tela de la bata de la clínica que llevo puesta y tomo asiento junto a él, metiendo la tela restante en el hueco de mis piernas.

—¿Cómo sabías de este lugar?—pregunto tras un largo suspiro.

Él estira una pierna mientras echa su cuerpo hacia atrás, sosteniéndose con una mano.

—Siempre que mis padres y yo íbamos a la casa de mi abuela, pasábamos por este lago. Nunca me había detenido a verlo hasta hoy—se encoge de hombros—. Supuse que sería un buen lugar para tomar aire.

Devuelvo la vista al frente y me obligo a relajar mi cuerpo. De inmediato siento como mis músculos van perdiendo la tensión.

—Gracias—digo.

Dos segundos después, siento su mirada en mí. Giro la cabeza para verlo.

—¿Por qué?—pregunta.

—Por sacarme de ese lugar—explico—. Y por traerme aquí.

Él llena sus pulmones de aire y luego lo suelta con lentitud.

—De nada, supongo—no digo nada al respecto. Lander se mantiene en silencio junto a mí, ambos contemplando el agua frente a nosotros—. ¿Eira?

Trato de no verme sorprendía por la repentina suavidad de su voz.

—¿Mmm?

—¿Puedo hacerte una pregunta?

Lo miro. Tiene su cara ligeramente doblada hacia un lado, apoyando su mentón levemente en su hombro. Sus ojos están sobre mí, esperando pacientemente mi respuesta.

—Ya lo estás hacien...—me callo al ver la mirada irónica que me lanza—. Vale, lo comprendo. Sí, puedes hacerme otra pregunta.

Él rueda los ojos y levanta la mirada hacia el cielo con pereza.

—¿Qué ocurrió?—pregunta. Levanto las cejas y me inclino hacia él, haciendo notar mi confusión.

—¿Cómo?

Dulce Error ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora