01. Lander Walsh.

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(Lander Walsh)

Hay mucha sangre en el suelo.

Muchos vidrios rotos.

Demasiados cuerpos.

Demasiadas voces hablando al mismo tiempo.

Demasiadas heridas.

Interminables cicatrices.

Las oraciones se mezclan con los demás sonidos. Mis ojos viajan por el lugar. Mi mirada borrosa, mis oídos sangrando y mi cabeza a puño de estallar.

No hoy... no ahora. No está vez.

Necesito escapar. Necesito huir. Necesito...

La campana que indica que otro cliente acaba de llegar a la cafetería suena, sacándome de mi ensoñación.

Respiro hondo. Siento los latidos fuertes de mi corazón en mis oídos. Soy consciente de mi pulso acelerado y de la alta temperatura que ha empezado a hacer en el ambiente.

No es real. Nada es real ahora. Concéntrate.

El señor de mediana edad camina lo que resta hasta pararse frente a mí, me da una sonrisa amable. Aún estoy agotada. Trato de responderle el gesto, pero lo único que me sale es una mala mueca.

—¿Qué desea?—digo, girándome levemente para que el señor pueda apreciar todos los productos.

Trabajo como mesera en una de las cafeterías más recurrentes de Brooklyn. Es un local pequeño, casi asfixiante para la cantidad de gente que se atreve a venir a pesar del bullicio y el poco espacio.

—Un café sin azúcar, por favor—dice y le asiento mientras me limito a prepararle su pedido.

Es sábado por la mañana, el día en el que me puedo centrar en el trabajo sin tener que preocuparme por la universidad.

Para ser sincera, no es tan malo. Somos muchos estudiantes los que tenemos que cuadrar nuestros horarios para poder tener un buen promedio académico, una vida social y un romance de película.

Lástima que esta última no la tengo yo.

El café está listo diez minutos después.

Coloco el vaso sobre la barra que divide a los clientes de mí y espero a que el señor entregue el dinero. Él deja un billete sobre la barra, susurra un leve «gracias» y se da la vuelta.

Agarro el billete, lo reviso y lo meto dentro de la caja registradora. Apoyo las manos en el mostrador y bajo la cabeza. Siento el martilleo dentro de ella. Mi cuerpo está tenso y en estado de alerta.

Ya no hay nada de lo que preocuparse. Todo está bien.

Inhalo, calmándome. No pasan ni cinco minutos cuando otra vez la campanita suena. Tomó otro respiro y me paso las manos por el delantal blanco.

Una mujer joven, rubia, ojos azules, delgada y alta, se detiene frente a mí e imitando el gesto del señor que acaba de salir, me regala una sonrisa y reposa sus manos en la barra.

—Buenos días, linda— su voz es delicada y un poco chillona. Una combinación bastante rara.

—Buenos días—respondo con la voz ronca.

—¿Puedo sentarme?—pregunta, señalando el banco que está junto a ella.

—Para eso están.

—Oh, sí, por supuesto— dice con una sonrisa.

Se queda observándome y yo a ella. Quito los mechones rubios de mi cabello que me tapan la cara y vuelvo a centrarme en ella.

¿Es que no dirá más nada?

Dulce Error ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora