Capítulo 19

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La noche había caído hacía unas cuantas horas cuando Olivia se despidió de Conan en la puerta de su casa. Tras un abrazo y un beso, que rezumaban amor, se obligó a soltarle la mano para buscar las llaves en el bolsillo trasero del vaquero.

—No quiero dejarte. —susurró él mientras se acercaba y pegaba su frente contra la de ella. Era cierto que no quería dejarla. Y ella, tal como nunca le había sucedido, tampoco quería dejarlo. Ya era tarde, casi las tres de la madrugada, y tenía la impresión de que Alessia estaría al otro lado de la puerta. 

Conan le prometió que pasaría al día siguiente para verla.

Olivia le rodeó la cintura con los brazos y hundió el rostro en su pecho. Él olía estupendamente bien, y ella se imaginó abrazándolo a cada segundo por el resto de sus días. Podría parecer demasiado exagerado, pero ella se sentía así.

Antes de soltarla a regañadientes, Conan le besó la coronilla y luego se separó unos centímetros para poder admirarla. Le acarició la mejilla con el pulgar y le dio un suave beso, como si fuera la primera vez que lo hacía. 

Olivia cerró los ojos y dejó escapar un suspiro. Conan se inclinó hacia ella hasta que sus frentes estuvieron unidas otra vez.

—Gracias por ser un privilegio. —susurró él, y después invocó las palabras que ella le había dicho antes. —Esta noche ha sido perfecta.

Ella lo miró, por completo; paseó sus ojos por aquella mirada cálida y por la línea del mentón hasta detenerse en su boca. Se preguntó si sería posible seguir viviendo sin uno de sus besos. Después de probarlos, no quería nada más. Conan tampoco. Olivia significaba tanto para él, que de solo pensar en perderla, le entraba el miedo. Y, además, no le gustaba cuando ella decía que no quería que saliera lastimado por su culpa. Como si eso fuera posible.

Después de despedirse por enésima vez, entró a la casa y tras cerrar con llave, trabó todos los pestillos. Fue a la cocina y abrió el refrigerador para beber un vaso de agua helada. Subió al baño para darse una ducha. Cuando salió de la bañera, se envolvió en una toalla y se dirigió hacia su cuarto para ponerse el pijama. Fue entonces cuando oyó unos quejidos provenientes de la habitación de su hermana. Se puso las pantuflas y fue hasta allí.

Abrió la puerta del cuarto y atisbó que el reflejo de la luna iluminaba un cuerpo rodando en el centro de la cama; de un lado al otro.

—¿Ale? —la llamó en voz baja. Si es que estaba teniendo una pesadilla, lo último que pretendía era asustarla. 

Alessia alzó la cabeza.

—¿Olivia? —dijo. Expulsó un suspiró y se levantó. Miró su reloj y comprobó que eran casi las cuatro de la madrugada. —¿Olivia te sientes bien? ¿Qué sucede?

Olivia frunció el ceño, más para sí misma que para su hermana. Si Alessia estaba despierta, ¿por qué se quejaba tanto? Tal vez le dolía alguna parte del cuerpo. Se acercó a su cama y prendió la luz del velador.

—A mí nada, tú eres la que se está quejando y rodando en la cama como si te sintieras mal.

Alessia la contempló en silencio por unos momentos y pareció percatarse de que la muchacha llevaba el cabello mojado. Se volvió hacia el reloj digital otra vez.

—¿Acabas de ducharte?

Ella asintió.

Ale entornó los ojos. Estaba un poco pálida, y a pesar de que la noche estaba fresca, había sudado mucho. De inmediato se preocupó. Alessia no solía enfermarse, y cuando lo hacía, sufría bastante.

Y, en efecto, ahora estaba temblando.

—¿Cómo que acabas de ducharte? ¿A qué..., a qué hora llegaste, Olivia?

Olivia exhaló y rodó los ojos.

—Hace un rato.

—Dios me quedé dormida, te dije que te esperaría despierta, y después con esto de los dolores...

—Espera, ¿qué? ¿Dolores?

—Me desperté hace un rato y la cabeza me estallaba. Voy a tomarme un analgésico.

Olivia se levantó con urgencia.

—No, no te levantes. Yo voy, ¿quieres algo más?

Alessia dejó caer los brazos a los costados de su cuerpo.

—Está bien, gracias. Sí, ¿viste esa crema para dolores musculares que está también en el botiquín de primeros auxilios?

Ella se volvió hacia Ale con los brazos en jarra y una mirada de preocupación.

—¿Qué te duele? —la interrogó.

—Un poco los hombros y el cuello.

—Estás temblando, Ale.

—Estoy bien, lo prometo.

Olivia estiró el brazo para tocarle la frente con el dorso de la mano.

—Tu rostro está helado. Tienes que ir al doctor. Tessa siempre te lo dice. Y creo que es un buen momento para que le hagas caso.

Alessia meneó la cabeza, en claro desacuerdo con ella y con la mujer ausente.

—Ay, estoy bien, Olivia. Tan solo debe ser que me está por dar una gripe. Ahora me tomo estos analgésicos y mañana voy a la farmacia.

—No, tienes que ir al doctor.

—Veremos, si tengo tiempo.

—¡Ale! —exclamó en tono reprobatorio.

—Está bien, veré qué puedo hacer. Lo importante es que tú estés bien, ¿te sientes bien?

Ella entornó los ojos.

—Yo estoy perfecta. No me cambies de tema.

—Ay, mi cabeza, ¿vas por esos analgésicos?

Alessia se llevó una mano a la frente en un gesto dramático y Olivia rodó los ojos, un poco enojada.

—Vaya, a veces te comportas como toda una niña. Tendré que hacer un par de llamadas a Tessa para que venga a verte. —dijo esto último mientras se encaminaba hacia el pasillo.

Veinte minutos después, el sueño comenzaba a hacerse presente en Olivia. Alessia ya no temblaba tanto, y los dolores de cabeza cesaron.

—¿Estarás bien?

—Se supone que es mi deber cuidarte. —susurró Ale, algo melancólica.

—Eres mi hermana, también es mi deber.

—Pero soy tu hermana mayor.

—Cinco años no es una eternidad.

Alessia frunció el ceño.

—¿Cómo es que eres tan lista?

Olivia sonrió.

—Siempre lo he sido, Ale.

—Veo que no tienes problemas de autoestima.

—La saqué de ti.

Ahora era Ale quien sonreía. A Olivia no le agradaba nada la palidez de su rostro, pero no dijo nada.

—Tienes razón, soy perfecta.

Ambas rieron y un par de minutos después, Alessia se quedó dormida.

Olivia esperaba que aquellos síntomas no trajeran consigo nada malo. Su hermana, tozuda y así como era, era lo único que tenía. Si a Alessia le sucedía algo, no estaba segura de poder soportarlo. Y mucho menos si le ocurría algo por su culpa.

DON'T CRYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora