Capítulo 10

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Alessia Jenkis se sentía como si hubieran arrojado sobre ella toneladas de tierra. Húmeda y pesada. Intentaba respirar, pero su pecho se presionaba sobre sus pulmones y no dejaba que el aire ingresara en ellos. Solía sufrir de esos extraños ataques de pánico cuando era más joven y debía enfrentar situaciones que creía demasiado abrumadoras, como la muerte de sus padres y el ataque a Olivia. Ahora su dificultad para respirar parecía ser producto del agotamiento o quizá de los nervios y el estrés. En resumen, estaba exhausta; o por lo menos ese era el reflejo que el espejo le había estado devolviendo los últimos meses.

Se enjuagó la boca por tercera vez y escupió dentro del lavabo. Abrió la canilla y dejó que el agua fluyera entre sus dedos. Se lavó el rostro y se lo secó con una toalla. Apoyó las manos sobre la cerámica y continuó mirándose al espejo. Daba la impresión de que la joven frente a ella estaba por entrar en los treinta y no a principio de sus veinte. Las grandes ojeras alrededor de sus ojos los hacían ver incluso más marrones de lo que eran, castaños. Y en contraste sus ojos, su rostro lucía pálido, casi como la piel de un cadáver.

«Genial, parezco a punto de morir. De hecho, si estuviera muerta me vería mejor, por lo menos me habrían maquillado.» 

Las nuevas rondas de servicio la estaban matando. 

«Alessia, Alessia, Alessia... ¿De verdad quieres seguir así? Olivia, tu vida, Billie... Es demasiado. Y esas endemoniadas rondas. Ni siquiera sé por qué sigues aceptando trabajo de más. Tienes suficiente, ¿entendiste? Suficiente.» 

Se dijo también que tenía que tomar las cosas con calma. Pero no podía. A pesar de quejarse y quejarse. Le gustaban las responsabilidades. Eran parte de ella. Sin embargo, tenía suerte de que Theresa siempre se quedaba un par de días en su casa. Dios, como amaba a esa mujer. Era su salvación. Prácticamente su hada madrina. Y la adoraba con locura.

En serio que la adoraba. 

Mucho.

Cuando tu madre es hija única y tu padre tiene un hermano idiota que lo único que hace es pedir cervezas en vez de tomar la responsabilidad de cuidar de sus sobrinas huérfanas, alguien como Theresa es un ángel guardián.

«Mi pobre muchacha», solía llamarla.

Al principio le molestaba. 

No quería que nadie tuviera lástima ni piedad de ella. No quería compasión.

Solo quería a sus padres. Cuando se dio cuenta de que Theresa lo hacía como un gesto de cariño, y cada vez que la llamaba así, se reconfortaba.

También se sentía amada.

—Sabes que te adoro muchísimo, ¿verdad? —le dijo la noche anterior a la llegada de Theresa.

—Tú solo me quieres porque te preparo comida real y no esa chatarra que comes en el trabajo. —dijo ella entornando los ojos. —Empiezo a pensar que tú nunca dejarás de comprar esa comida.

Alessia esbozó una sonrisa con aire socarrón que le iluminó el rostro. Theresa era como una abuela para ella. No esa abuela que desapareció de sus vidas en cuanto su madre murió, ni aquella abuela que nunca conoció. Sino una abuela real. De esas con cabello blanco y gafas pequeñas que te tejen un suéter de lana para navidad y hornean galletas solo para ti.

La mejor abuela.

—Bah, adiós a mi plan de conquistarte entonces.

Ella lanzó una carcajada. A Ale le encantaba bromear con Theresa.

—Qué tonta eres. Me recuerdas a mi hermana de joven.

Alessia se incorporó.

—¿La señora Swan era tan guapa como yo?

DON'T CRYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora