Capítulo 37

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Ay, equis, somos mentalmente inestables.

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Para desgracia de Alessia, Alexander Ismay estaba completamente limpio. No había ningún indicio de que fuera un hombre peligroso. Excelente alumno durante toda su educación (lo que en parte no garantizaba que no fuera un psicópata) y excelente trabajador según allegados de la escuela.

Limpio.

Incluso no tenía ni una infracción de tránsito.

Nada.

Limpio.

Tampoco habían podido establecer ninguna conexión entre Finneas y él. No lo conocía en absoluto. Y aunque no le agradase la idea, Alessia se daba cuenta de que no estaba mintiendo. Olía cuando alguien no decía la verdad.

Lo único de lo que podía agarrarse, era de que conocía a Billie. No era gran cosa, ya que trabajaba en su antigua escuela, pero le servía para mantenerlo en la mira.

Peor aún, después de detenerlo y someterlo a la sala de interrogaciones, descubrieron con decepción que su coartada no lo posicionaba en la casa de Billie a la hora del ataque. Alexander, junto a su madre y su padre, estaban esa noche cenando en el restaurante The Brink, que se encontraba demasiado alejado como para que pudiera situarse en los dos lugares a la vez. Solían ir allí a menudo, y el dueño del local los conocía muy bien. El hombre fue testigo de la hora en que llegaron hasta que se marcharon. Según él, Alexander no salió en ningún momento. Ningún horario encajaba con el de Billie. Además, las cámaras de seguridad del aparcamiento del restaurante filmaron la entrada y la salida del vehículo de Ismay.

Parecía que no tenían nada, pero Alessia no iba a darse por vencida. Seguía diciendo por dentro que algo no cerraba. Antes de acabar con el interrogatorio, sacó su as: la pulsera.

Los ojos de Alexander ser ampliaron como dos platos, y la atmosfera se cargó de una sensación rara. Alessia y Allen estaban al otro lado de la mesa de interrogatorio, con las persianas del cuarto bajas y con un Alexander Ismay esposado.

—¿Es esa? ¿Cómo...? —intentó decir, pero el detective lo calló.

—¿Cómo es posible que haya aparecido en el patio trasero de la casa de la señorita O'Connell? —inquirió luego de inclinarse hacia Ismay.

Alexander sacudió la cabeza. A pesar de que dentro de la sala no hacía calor debido al aire acondicionado, él sudaba como si estuviera bajo el sol a una temperatura de treinta grados.

Cuando Alexander movió las manos para unirla como si fuera a rezar, las esposas resonaron. Tenía la mirada cansada. Lo habían tenido allí desde el día anterior y había pasado la noche en una celda, confiados de que tenían al hombre correcto.

—No lo sé. Lo juro.

—Cuanto más mientas, más estarás aquí. —dijo Alessia tratando de controlar la rabia que estaba creciéndole dentro.

—¡No es mía! —se defendió Alexander. —Revísenme, revísenme y vean que no es mía. Lo juro.

—¿De qué hablas?

—La tengo aquí. Siempre llevo la pulsera de Camille conmigo. Fíjese, oficial. —se dirigió a Alessia. —En el bolsillo derecho.

Alessia frunció el ceño y apretó los labios. Se acercó a él a pasos pesados y metió la mano dentro del bolsillo de la chaqueta. De inmediato, sus dedos sintieron un pequeño bulto. Lana. Se sentía como lana. Y canutillos.

Eran idénticas.

—Ella dijo que la hizo para mí. —dijo Alexander, confuso. —''Solo para ti'', me dijo.

DON'T CRYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora