Capítulo 27

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La farmacia estaba en completo silencio a esa hora de la noche. Finneas estaba tan aburrido que ya no sabía qué hacer. Había leído todas las revistas e inspeccionado los medicamentos. Incluso se había comido unos cuantos caramelos sin azúcar.

Lo bueno era que tenía mucho tiempo para pensar. Ayudar a Alessia con Billie ya no suponía un problema. Su amiga había estado a punto de besarla y no lo había hecho solo porque quería que Billie estuviera segura y sin confusiones. Sí, muy noble de su parte. Y en cuando a su hermana, bueno, en realidad esperaba a que ella soltara lo que le pasaba con Alessia. La conocía muy bien como para no darse cuenta de que le atraía (de hecho siempre le había atraído un poco), y de que estaba a un pelo de volverse loca por su mejor amiga.

Si ambas no fueran tan cabezas duras.

Y por suerte su tía ya se había marchado. Lo más probable era que no volviera en un tiempo, y eso estaba bien. Ellos tenían sus propios problemas y Finneas solo podía lidiar con uno a la vez.

Pocas personas habían aparecido para comprar algo.

Ya no había nada que ordenar.

Lo más interesante sucedió cerca de las once de la noche, cuando la puerta de entrada se abrió despacio y tras ella apareció una chica alta e increíblemente guapa.

Finneas quedó perdido en aquellos ojos verdes.

—Buenas noches. —se anunció la desconocida.

—Buenas. —respondió Finneas. —¿En qué puedo ayudarte?

La desconocida de grandes ojos sacó del bolsillo una receta médica. Le entregó el pequeño papel y Finneas lo leyó. Eran unos antidepresivos.

Si la desconocida estaba deprimida, él se ofrecía a animarla.

La chica pareció leerle la mente, porque dijo:

—Son para mi padre. He ido varias farmacias de la zona y no las he conseguido.

—Pues estás de suerte, todavía tenemos.

—Qué bueno.

Finneas se giró sobre sí y comenzó a buscar las pastillas. Las encontró en el estante superior. Solo quedaban tres cajas.

—¿Llevas una?

—Dos.

—Bien. —las pasó por el lector y las metió dentro de una bolsa de papel. —Son doce libras

—¿Doce?

Finneas asintió.

—Salen más caras por el laboratorio. No tenemos las genéricas.

—Está bien. —la chica metió una mano en el bolso y sacó su cartera.

Finneas no podía dejar de mirarla. Nunca había visto un rostro como aquel. Y esas ondas en su cabello. Sin duda le resultaban sexy. La desconocida iba vestida con vestido largo y ajustado.

«Quiero besarte.»

Se mordió el labio para aguantar la risa.

—Disculpa. —dijo la chica. —¿Te conozco de algún lado?

Eso lo tomó por sorpresa.

—No lo creo.

—Me resultas conocido.

—¿De verdad?

La chica asintió.

—¿Puedo preguntarte tu nombre?

«Puedes preguntarme lo que quieras.»

—Finneas.

Oh, Dios, ¿qué era ese aroma? Provenía de la desconocida. Quería seguir oliendo ese perfume. O mejor aún, la quería a ella con el perfume incluido.

DON'T CRYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora