Capítulo 22

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"Gracias por estar conmigo, Billie.

Te debo un día completo de mi vida (o tal vez más). Quiero que sepas que cualquier cosa que necesites siempre, estoy justo aquí para ti, boquita de ángel."

—Ale.

Billie dobló con suavidad del pequeño papel y lo metió dentro del sobre otra vez. Abrió un cajón de la cómoda y guardó el sobre bajo unas camisetas. Hasta que se miró las manos no se dio cuenta de que estaba temblando y de que además tenía la boca seca.

Bebió un trago de té y se tumbó en la cama tras quitarse los zapatos. La casa estaba tan silenciosa que incluso podía oír sus propios latidos. No quería darle muchas vueltas al tema, pero en algún momento tenía que admitir que Alessia la ponía más nerviosa de lo que solía hacerlo hace semanas atrás. Cuando estaba a su lado, era como si Ale ocupase todo el aire mientras ella quedaba boqueando como pez fuera del agua.

¿La descripción exacta era que Alessia le quitaba el aire?

Cerró los ojos con fuerza intentando no pensar en ello.

Miró el techo unos minutos para distraerse. De reojo observó el cajón donde había guardado el sobre azul.

«Supongo que no tendría nada de malo que yo... Dios no...»

Respiró hondo y se volteó sobre su pecho, con esos pensamientos en la cabeza no llegaría a puerto seguro.

Y entonces, sin darse cuenta, se vio a sí misma recordando sus ojos castaños. Y le gustaron. Siempre le había gustado algo de ellos. Aunque le molestara admitirlo.

De todas maneras no importaba lo que sintiera ahora. En unos cuantos meses estaría en Londres, lejos, muy lejos de Alessia Jenkis.

Solo esperaba que el tiempo que siguiera estando en Liverpool transcurriese con tranquilidad.

...

Aquella misma tarde Alessia ya se encontraba en su casa. No se sentía muy feliz, pero poco a poco se iba haciendo la idea de que durante un mes su rutina cambiaría casi por completo. El doctor le había ordenado (porque esa era la única manera para que hiciese caso), que se tomase, sin excepciones, siete días de reposo absoluto.

—Harás caso de todo lo que te dijo el doctor, ¿me oíste? —dijo Theresa que había llegado hacia unas cuantas horas atrás. —Y no te preocupes por nada, yo estoy aquí para cuidarte. No saldrás de esta casa.

—¿Por qué todos dicen lo mismo?

—Porque eres muy tozuda y en la primera oportunidad aprovecharás para ir a la estación.

—Ya entendí. No iré a ningún lado. De hecho, me quedaré encerrada en mi habitación por el resto de mi vida.

Theresa rio con ganas.

—Suenas como adolescente.

—Pues, alguna vez lo fui, ¿no? Puedo volver a serlo.

—Y te está yendo de maravilla, reina del drama. No se te pide nada de otro mundo, puedes caminar dentro de la casa. No tienes que quedarte en cama todo el día.

—Como si tuviera un medio para salir, me quitaron la patrulla.

Theresa se sentó al filo de la cama y le acarició la cabeza con dulzura.

—Después de que tus padres..., quiero decir, después de que me pediste que guardara todo el en garaje, ¿volviste a entrar?

—¿A qué te refieres? Cerré la puerta con un candado aquella misma semana y no, no volví a entrar. Tú más que nadie sabe que ese lugar está lleno de sus cosas. Son demasiados recuerdos con los que lidiar. —respiró profundo antes de continuar. —Además, no me interesa que Olivia pase un mal momento al ver cosas de nuestros padres.

—¿Aún está el auto de tu madre? Digo, si nunca más fuiste al garaje, tiene que estar ahí, ¿verdad?

Alessia apretó los ojos y desvió la vista hacia la ventana en un gesto pensativo. Recordaba a la perfección el auto de su madre, un viejo escarabajo Volkswagen amarillo pastel. Aquel vehículo también le acercaba viejos recuerdos que creía olvidados; las tardes que pasaban ella y Olivia con su madre, o cuando las llevaba a la escuela. Eran decenas de momentos que por un lado la entristecían pero que por el otro, la hacían sentir muy feliz de haber pasado ese tiempo con ella.

—Está ahí. Nunca me he interesado en él.

—Es tiempo que desempolves los recuerdos, ¿no crees?

Alessia intentó levantarse de la cama y Theresa le puso las manos sobre los hombros para que se quedase acostada.

—Pero no ahora, mi pequeña. Primero debes descansar. Recién, solo recién cuando estés lista podrás ir.

—¿Y cómo voy a saber cuándo esté lista?

—Lo sabrás, Ale. Lo sabrás.

...

A la mañana siguiente, Finneas se presentó en la casa para ayudar a Theresa con los ánimos de su mejor amiga. Aunque más que ayuda, fue a recordarle a Alessia que su mes libre recién comenzaba.

Alessia estaba bebiendo un té de menta en la sala cuando Finneas llegó.

—¿Aburrida? —dijo Finneas. —Hay toda una clase de juegos de mesa que podría prestarte, ya sabes, para matar el tiempo.

—Vete a la mierda.

—¿Con esa boquita comes?

—Oh, por el amor de Dios. —exclamó Theresa. —Son muchachos grandes, compórtense como tal. ¿Finneas, quieres algo de desayunar?

—Te agradecería si me das un café.

—Bien, ahora vuelvo.

En cuanto Theresa se alejó en dirección a la cocina, Finneas se inclinó hacia Alessia. La sonrisa no le cabía en el rostro, y su amiga supo de inmediato que algo estaba tramando. O peor aún, ya lo había hecho.

—¿Qué pasa? —preguntó con cautela.

—Le hice llegar a Bill la nota. —susurró su amigo tras una risita.

Alessia se tensó. Le escrutó el rostro tratando de comprobar que no estaba bromeando.

—¿A qué te refieres? Yo..., no escribí ninguna nota para Billie.

—Yo sí. —se encogió de hombros. —Bueno, técnicamente no. El muchachito de la cafetería con su hermosa letra me ayudó. Imagínate si lo escribía yo. Bill lo notaría.

—Y te mataría.

—Sí.

—¡Como pienso hacer yo! ¿Cómo diablos se te ocurre hacer eso sin mi consentimiento? —se llevó la mano a la frente, lamentándose. —No, no, no. Esto es un error.

—Bueno, bueno. Tampoco exageres. —repuso Finneas. —No decía nada incriminatorio, solo que le agradecías. Ah, y además dijiste que si necesitaba algo, que estarías allí.

—Está bien. Pero tengo la sensación de que todo lo que estás haciendo va a salir muy mal.

—Drama, drama, drama. Eso es en lo que te has vuelto últimamente. Antes solías ser un poquito más arriesgada con las chicas.

Alessia bajó la cabeza y miró el suelo.

—Antes no pensaba en ellas todo el maldito día. —masculló.

—¿Qué dijiste?

—Nada. —respondió. Existían ciertos sentimientos dentro de ella que prefería guardárselos para sí.

DON'T CRYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora