Capítulo 7

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Finneas ya casi no tenía amigos. Quizás era eso lo que más echaba de menos. Solo le quedaban algunas personas de la farmacia (que en su mayoría eran personas mayores con mal genio) y Alessia, pero ella era casi como una hermana. No imaginaba un mundo en el que su mejor amiga no estuviera para apoyarlo en cada decisión que tomara. Después de dejar los estudios, se había esforzado por convencerse de que todo iba a salir bien. «Mamá se va a recuperar pronto», se decía. Pero conforme pasaban los años, parecía que las cosas empeoraban cada vez más.

Su vida social (de la cual antes tenía mucho) había desaparecido por completo, como un río que acabó secándose.

Y Maggie empeoraba.

Era hora de un cambio. Y se dio cuenta de ello cuando vio a su hermana Bill llorando al lado de la cama de su madre, con el rostro compungido. Theresa también estaba al tanto de lo que él quería hacer. Necesitaban llevar a Maggie a un lugar donde pudieran cuidar de ella todo el día, donde el tratamiento resultase efectivo. 

Ese capricho querer tenerla en casa debía acabarse ya. Solo estaban empeorando su situación.

—Ella nos necesita a nosotros. —masculló Bill. Tenía los ojos hinchados de tanto llorar.

Él se acuclilló a su lado.

—Lo sé, chiquita. Es por su bien. En esa clínica la podrán ayudar. Sabes que nosotros ya no podemos hacer nada.

Bill hizo un gesto de asentimiento, se sorbió la nariz y se levantó. Finneas sabía que Bill lo comprendería. Ella era de ese tipo de persona: la que lo entiende todo. La que no hace reproches por nada cuando se trata de una decisión importante. Aunque le doliera con el alma, siempre dejaba que las cosas a su alrededor tomasen su lugar.

Una semana atrás, su madre había sufrido de una nueva recaída. Y de las fuertes. Maggie se había levantado por sí misma, y al parecer, al recordar lo que había sucedido con su marido comenzó a destrozar todo el cuarto. Finneas agradeció que allí solo hubiese habido un solo espejo, porque el daño infligido por su madre podría haber sido mucho más grave. 

Se había cortado las manos al golpear el espejo. 

Cuando llegaron al cuarto, encontraron a su madre agazapada, hecha un ovillo, junto al sillón. 

Lucía confundida. No, más bien, perturbada. Con el cabello pegado a la frente y los ojos enrojecidos.

—Mañana vendrá una doctora que me dijeron que es muy buena. —dijo Theresa. —Chicos, tienen que pensar que esto es por su bien, y por el de ustedes también. Tal vez ella mejore si va...

—A un loquero... —dijo Billie. Finneas percibió su agotamiento, su tristeza y la lucha que se libraba dentro de la chica.

—No. —dijo Theresa.

—Sí, lo es. Ella no está loca, solo está rota. Pero si ir a ese lugar le va a hacer bien, pues adelante. No pienso oponerme.

La muchacha se encogió de hombros y a Finneas casi se le rompe el corazón. Ver a su hermana sufrir era como si le clavaran decenas de estacas de hierro hirviente en el cuerpo. 

Pero si ese dolor pasajero significaba que su madre estaría a salvo y probablemente mejoraría, tenían que hacerlo.

Y esperaba, muy deseoso, que Billie fuera la mujer más feliz del mundo.

...

Una semana después, Maggie fue ingresada a la Clínica Stanford, especializada en salud mental. Los primeros días sin ella fueron duros. Su nueva doctora, la señora Wall, casi se indignó al enterarse que Finneas y Bill habían tenido a su madre en casa por tanto tiempo. Resultó que el doctor Park era un buen amigo de su padre, y como los hermanos no querían que su madre se marchara de su lado, Park se encargó de administrarles todo lo necesario para que su estadía en la casa fuera lo más similar al de un centro de salud mental.

—Lo siento, doctora Wall. —dijo Finneas avergonzado. —Solo hicimos lo que creímos correcto. Éramos prácticamente dos niños desesperados porque no se llevaran a su madre. Además, mi tía cuidó muy bien de ella también. Mi tía es enfermera.

La doctora miró a Finneas y a Bill respectivamente. Érica Wall era una mujer joven, tal vez de la edad de su madre. Tenía algunas arrugas en la frente y cerca de las comisuras sus labios. Pero era muy bonita, al estilo Lady Di. Y su rostro decía que estaban frente a una mujer indulgente.

Al segundo siguiente, su semblante cambió, como si una simple mirada hubiese sido capaz de cambiar cada uno de sus pensamientos. Asintió con una leve sonrisa y les prometió que les tendría todas las semanas un informe de los progresos de su madre. 

Les prometió que mejoraría. Era un tratamiento largo, pero iba a resultar bien.

Y así fue como, después de seis años, Finneas O'Connell volvió a respirar con tranquilidad. Confiando en que les esperaba algo bueno por delante.

Lo que no quitaba que aquel fin de semana, sin su madre, fuera el más doloroso.

DON'T CRYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora