Capítulo 9

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Sábado por la mañana. Habían pasado casi dos semanas y no la habían llamado ni siquiera para una segunda entrevista en la biblioteca. Eso era triste. Billie estaba sentada en la cama, con la espalda apoyada sobre el respaldo, con las rodillas dobladas y un libro abierto sobre su regazo. Había avanzado muchísimo en la lectura. Se preguntó por qué había tardado tanto en leérselo. Estaba buenísimo. Y la protagonista también. Bueno, en realidad siempre le pasaba lo mismo, le costaba empezarlos y luego no quería que terminaran. Era como un castigo por haber tardado tanto. 

Estaba a punto de pasar de página cuando sintió carraspear a alguien. Apartó los ojos del libro y alzó la cabeza.

—La puerta de Finneas es la siguiente.

Alessia carcajeó. Había olvidado cerrar la puerta de la habitación, y ahora la tenía apoyada sobre el marco con los brazos cruzados sobre el pecho, una sonrisa en sus labios y sus ojos castaños puestos en ella.

—Tú siempre haciéndome sentir tan bienvenida.

Bill rodó los ojos y volvió a su libro.

—¿Qué lees? —le preguntó.

—Un libro.

—Uf. Qué específica.

Billie resopló tras haber perdido la concentración. No podía leer ni una maldita palabra sin ser consciente de que los ojos de Alessia estaban clavados en ella. Una sensación extraña le recorrió el cuerpo. Sin poder continuar, cerró el libro en un movimiento brusco y miró a su vecina con el ceño fruncido.

—¿Necesitas algo más? —le espetó.

—Bueno, ahora que lo dices...

—Era una pregunta retórica, Alessia.

—Qué pena.

Alessia caminó hacia su cama y cada uno de sus músculos se tensó. 

Quería gritarle a su cuerpo que se relajara, que solo era Alessia. Respiró profundo, quizás ese era el problema. Era Alessia. Y aunque odiase admitirlo, su cuerpo reaccionaba cuando estaba cerca. Siempre lo había hecho, como aquella vez, el día de su cumpleaños número dieciocho. Cerró los ojos para deshacerse de aquellos pensamientos. Fue imposible. Su mente viajó a aquel día. La había llamado preciosa. Y ella había querido besarla.

Ni siquiera sabía cómo había sido tan tonta para pensarlo.

—¿Sobre qué lees?

Ella continuó su camino y se sentó en la silla que estaba junto a la cama.

Luego se inclinó hacia Billie como si pudiera adivinar así de qué iba la trama del libro. Con tan pocos centímetros separándolas, podía sentir su perfume; delicado y envolvente. Era un aroma delicioso, sumado al olor a ropa limpia. Eso, solía decir su madre sobre las personas, no tiene precio. 

Cada una de sus células se paralizó. Ale estaba en su cuarto, ocupando su espacio personal. Embriagándola con aquel maldito perfume.

—Léeme un poco. —le pidió.

—Alessia, no. Basta. Sal de mi cuarto.

Ella abrió los ojos, como si la hubiera sorprendido su reacción. O peor, como si le hubiera dolido. Se percató de que unas motas verdes salpicaban sus ojos castaños.

Al segundo siguiente, sonrió.

—Vamos, estoy aburrida.

—¿No deberías estar con Finneas?

—Se está duchando. Y sabes lo mucho que suele tardar.

Billie soltó un largo suspiro. No podía creer que se encontrara en aquella posición por su culpa.

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