Capítulo 6

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Billie se sentó al filo de la cama y presionó los puños sobre el colchón. Respiró profundo y contó hasta diez. Ese método solía ser infalible. 

Hasta hoy. Hasta lo que acababan de hacerle.

Se dejó caer sobre la cama y se tapó la cabeza con la almohada; podía oír los latidos de su corazón golpeando con dureza su pecho. O quizá el dolor se debía al prolongado tiempo que estuvo aguantando la respiración. Era un conjunto de ambos, pero sobre todo su corazón, sus latidos. Esta vez se escuchaban más fuertes, como si quisieran llamar su atención. 

En cuanto Alessia la soltó, se había dirigido directo a su cuarto sin detenerse y entrar al de su madre por primera vez en mucho tiempo. Pero esa chica la agotó tanto que lo único que quería hacer ahora era apoltronarse en su cama y tratar de estabilizar sus latidos. 

Sin embargo, lo que más deseaba era ordenar sus pensamientos.

El basto espacio que siempre había existido entre las Jenkis y ella se hacía cada vez más pequeño. Lo sabía. Y no estaba segura de que le agradase.

Durante un instante, cuando estuvieron en el piso inferior, Billie pensó que Ale se disculparía, pero no lo hizo. Y dudaba que alguna vez fuera a hacerlo.

Ella no era esa clase de persona. De hecho, había cambiado un poco el último año.

Comenzó a buscar razones válidas por las que Alessia pudiera comportarse así de idiota con ella, y como no encontró ninguna, lo dejó. No tenía que importarle nada de lo que ella pensara. No tenía que importarle nada en absoluto de Alessia Jenkis. Porque en cuanto comenzara la universidad, y Finneas y su mamá se mudaran a Londres con ella, no tendrían ninguna razón para volver a Liverpool. Y Ale dejaría de ser su pesadilla.

De pronto, una imagen se coló en su mente: su cumpleaños número dieciocho. Ella había sido tan amable aquel día, que no se parecía nada a la Alessia actual. Le había regalado un anillo tan lindo que aún lo usaba para ocasiones especiales. ''Estás preciosa hoy'', le había dicho Ale. Ella solo sonrió. La había tomado desprevenida.

No supo cuánto tiempo permaneció con la cabeza en su almohada hasta que oyó cómo alguien llamaba a la puerta de su habitación. Si era su hermano para exponer sus típicos argumentos a favor de Alessia, lo echaría.

—¡Finneas, ahora no estoy de ánimos para hablar!

Se incorporó.

—¿Ni siquiera conmigo?

Oír aquella voz la reconfortó. 

Theresa. 

Dios, había pasado casi una semana desde que se había marchado a su casa por una emergencia familiar con uno de sus nietos. 

La extrañaba tanto.

Billie saltó de la cama y corrió hacia sus brazos. Theresa había sido su niñera desde que Finneas y ella eran pequeños, así como de las Jenkis. Porque su padre y el de Olivia y Alessia crecieron juntos. Literalmente juntos, ya que Theresa los cuidaba al mismo tiempo. 

Billie no sabía cuántos años tenía Theresa, pero Finneas decía que podían ser miles. Exagerado. Tal vez tenía sesenta, o un poco más. Sin embargo, era tan vital que no parecía tener más de cincuenta.

Ahora Theresa era como un ama de llaves para ambas familias incompletas. No, una ama de llaves no, una abuela política. Después de que su padre había muerto, y su madre había caído en la depresión, ella dijo que no los abandonaría por nada. Lo mismo que a Alessia y a Olivia. Se pasaba la semana en ambas casas. Bill nunca supo cómo lo hacía, pero siempre que la necesitaba, ella estaba allí. Cuando todos crecieron y pudieron valerse por sí mismos, Theresa comenzó a tomarse un tiempo para ella y su familia. Solo pasaba por la casa de los O'Connell y las Jenkis uno o dos días a la semana. A menos que fuera una urgencia.

DON'T CRYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora