Capítulo 8.

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La Biblioteca Central de la ciudad estaba repleta a esas horas, el lunes después de clase. Billie acudió allí luego de toparse en internet con un aviso de empleo temporal. Y un empleo a corto plazo era lo más conveniente en aquel momento. Juntar un poco de dinero para cuando fuera a Londres no le vendría mal. Y ocupar su cabeza para no pensar tanto en su madre, lo que parecía imposible. No había otra cosa en la que pensara más. Por otro lado, no le gustaba la idea de que Finneas se ofreciera a pagar sus gastos cuando él también tenía mucho que pagar; la electricidad, el teléfono, su ropa y los víveres de la casa. 

El pago de la biblioteca no sería mucho, pero le serviría por los demás.

La intensa llovizna que chocaba contra los enormes cristales de la biblioteca producía un murmullo adormecedor. No solía llover así durante el mes de abril, pero ahí estaban. 

Billie encendió su móvil para revisar si tenía algún mensaje. Finneas pasaría a buscarla en una hora, antes de ir al trabajo. Tenía por delante a unas cuantas chicas que seguramente también iban por el empleo.

Absorta en sus pensamientos, oyó que alguien la saludaba desde una mesa cercana. Un joven de unos veintipocos años, de cabello castaño cobrizo y ojos que con la luz del sol se veían dorados, alzó la mano para saludarla.

Era un muchacho muy atractivo.

Bill le devolvió el saludo con entusiasmo. Alexander era hijo del profesor de teatro, y también su ayudante. La mayoría de las chicas solían apuntarse a esa clase solo por él y aunque lo consideraba un acto inmaduro, en parte también lo hizo por eso. Ella y Lauren creían que Alexander era muy guapo, y sumado a que teatro era una de las materias más livianas, todo encajaba.

Él sonrió.

—Hola. —lo saludó.

Bill decidió acercarse hasta la mesa.

—¿Qué tal?

—Bien, ¿qué haces por aquí?

—Estoy buscando un poco de información para mi padre, ¿recuerdas que quiere implementar cosas nuevas en la obra? Creo que les habló de ello.

Ella asintió.

—Sí, nos habló un poco. Aunque para ser honesta. —dijo encogiéndose de hombros. —No entendí mucho a dónde quería llegar.

Alexander sonrió.

—Nadie entiende a mi padre. Ni siquiera yo. A veces tiene ideas que no te imaginas de dónde las saca.

—Es un hombre muy creativo.

—Claro que sí.

—De todas maneras, tienes internet para buscar la información, ¿no es más rápido?

—Puede ser, pero es menos efectivo y menos seguro.

—Eso es cierto.

El móvil del chico vibró. 

Billie se giró para ver cómo había crecido la fila de postulantes, pero de milagro nadie más había llegado. Cuando se giró hacia él otra vez, notó que el chico estaba muy tenso.

—¿Estás bien? —le preguntó ella.

—No es realmente un buen día. —explicó Alexander. —Es un día que me trae recuerdos dolorosos, pero no quiero agobiarte con ello.

«O tal vez no confía tanto en mí como para decirme. No debería. No me conoce. »

—¿Puedo ayudarte?

—A menos que puedas volver en el tiempo atrás. —dijo con una sonrisa melancólica. —No. Nadie puede.

Aunque Bill pudo ver el dolor en sus ojos, no lograba sentirlo. Sin embargo, comprendió que era un dolor difícil de aliviar.

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