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¿Vienes a desafiar a la princesa del infierno?

Lucrecia

En el lobby el maître me indica cuál es la mesa reservada. Está alejada en la zona VIP del restaurant, apenas algunos comensales disfrutando de sus cenas en ésta área. Los hombres giran para dedicarme miradas seductoras.

Ni me inmuto. Sigo caminando hasta mi lugar.

Opté por un vestido ceñido al cuerpo por encima del muslo, un escote sencillo dejando a la vista el valle de mis senos, en color negro y tacones de tira fina a juego. Sobrio pero elegante, lo suficiente pequeño sin rayar en lo vulgar. Un maquillaje simple con labios rojos y el cabello recogido en una coleta alta dónde mi cabello roza mi cintura.

Tomo asiento mientras un camarero de unos veintitantos años se acerca con una botella de vino tinto, sonriendo destapa el licor y lo vierte en un copa, me la ofrece para darle el visto bueno, asiento y sirve lo suficiente. De su delantal saca dos pequeños folders, supongo es el menú, los deja sobre la mesa y pidiendo permiso se retira.

Unos diez minutos pasaron para la llegada de Eros. ¿Cómo lo sé? Pues el restaurant se sumió en un silencio absoluto preocupante, como de costumbre luce impecable en un traje a medida color negro, camisa y zapatos del mismo tono, el cabello rebelde cayendo por su frente, esos labios rojizos se intensifican cuando se los relame al verme en al fondo de la habitación, esos ojos azul mar hipnotizantes encajan bien en ese rostro perfilado. Su imponencia se hace tan palpable en el lugar dándole al aire un toque de pesadez, llena los vacíos con la arrogancia y egocentrismo dignos de él, las mujeres suspiran por él cuando pasa por su lado y voltean para verlos descaradamente. Le gusta llamar la atención y su caminar expresa "mirame que voy pasando yo".

Bufo por la ridícula escena de ver a todos los presente mantener su vida fija en este griego de mierda, porque ni los hombres pueden disimular para verlo, ya se con desdén o fascinación.

Debo de tener cara de tonta por la expresión burlona danzante en los ojos de Eros. Toma asiento frente de mí con una sonrisa lobuna estampada en sus labios. Ruedo los ojos arrancándole una risa profunda.

—Te ves más sexy cuando me miras de esa forma —confiesa

—Jodete —hace una mueca de ofendido y yo ruedo los ojos

—Cuide esa boquita insolente, señorita Vecchio —advierte

—¿Sino quiero? —arqueo una ceja

—Entonces tendré que castigarte hasta que aprendas hablar decentemente —espeta divertido acomodándose en el asiento. Río con sarcasmo

—Ya quisieras tú —cruzo los brazos sobre el regazo

—Si, y tú también lo quieres —su mano comienza a recorrer la cara interna de mis muslos

Aprieto los muslos, apartándole las manos. Él sonríe divertido al ver mi rostro sonrojado y con el ceño fruncido.

La mesa es mínima y las luces tenue le dan un toque de "privacidad erótica". Estamos ligeramente separados pero aun así podemos tocarnos sin mucho esfuerzo. El reservado es pequeño, al final del salón VIP donde podemos verlo todo pero ellos a nosotros no mucho así que hay libertad de hacer lo que se nos venga en gana y nadie notará nuestra desfachatez.

Eso de alguna manera me excita. ¿Sexo en un lugar público? Hmmm...

El condenado eligió de forma sabía el restaurant. A cuántas mujeres no habrá traído para el mismo truco, eso me hace saltar el pulso y me enerva la sangre. «Calma Lucrecia, calma. ¡Deja de pensar tonterías y concéntrate!» dice mi subconsciente

Reina Italiana [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora