11.

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Chica mala, chica adorada. Eres mi chica dorada...

X

—Lucrecia —la detengo

—¿Qué? —indaga plantando besos húmedos por mi cuello

—No podemos hacer esto —tomo sus muñecas, la obligo a verme

Lo hace. Se detiene y me mira, el azul se ha oscurecido del deseo, reflejando la intensidad. Parece estar quemándose por dentro. Se suelta con cuidado del agarre y...

—¿Estás seguro...—se arrastra hacia atrás, quitándose la ropa— que no quieres...—lanza la ropa interior a un lado— probar esto, otra vez? —separa sus piernas, abriendo los pliegues de intimidad con una mano

Su pecho sube y baja con la respiración erratica. El empalme entre mis piernas se endurece de la nada observando esa vista. A esto me refiero cuando comparo el poder que tiene Lucrecia sobre mí y el de mi esposa. Éste demonio me prende de una manera intensa.

«Si somos unos locos, la deseo y ella a mí. ¿Para qué me detengo a pensar?».

Tomo uno de sus tobillos para arrastrarla a mi regazo, se monta a horcajadas y retomamos los besos salvajes y con vehemencia. Mueve sus caderas en círculo sobre mi erección, frotándose encima de la ropa para sentirlo, impregnando su humedad en esa zona. Mete las manos en mi nuca, lo coge en puño y tira de el mientras yo jugueteo con sus tetas redondas y los pezones apetecibles, magreandolas a mi antojo y chupeteando su piel caliente.

La desesperación y las ansias son palpables. Estoy caliente y duro, el líquido preseminal está mojando mi ropa interior y la humedad de su coño no me ayuda. Está loca por ser empalada y yo gustoso de darle lo que quiere. Como puedo me pongo de pie con ella en mi regazo, enreda sus piernas alrededor de mi torso y sus brazos en mi cuello, manteniendo el ritmo de los besos.

Subo por el pasillo, con rapidez, casi corriendo con ella en mis brazos. Abro la puerta de la habitación de una patada y bajo su cuerpo para que se ponga en pie.

Me gusta el morbo y el sadomasoquismo. También Lucrecia lo disfruta, quizá es por eso que me vuelve loco. Estamos en mi cuarto de juegos. Diseñado con espejos a los lados y en el techo, luces tenue y detalles en vinotinto. Hay estantes con todo tipo de juguetes, fustas, látigos, pinzas para pezones, genitales, plug anales y grilletes en una X y el techo.

Al recorrer toda la habitación con la mirada, entiende lo que debe hacer, por eso, automáticamente se coloca en posición de sumisa. Aún recuerda como era nuestra dinámica. Se sienta sobre sus rodillas mientras coloco la música acorde al momento. Su cuerpo va entrando en un éxtasis de relajación, la postura y respiración me lo demuestran cuando vuelvo, hacia ella, luego de acomodar los juguetes.

Le ordeno se levante, lo cual hace sin chistar. Mueve su cuerpo con sensualidad hasta subirse a la cama y colocar las manos por encima de su cabeza, lista para ser esposada.

—Aún me calienta cuando me follabas esposada —murmura lento, sensual, relamiendose los labios al verme solo con la ropa interior

—Eso lo recuerdo todo los días —admito. Cojo cada esposa y las ajusto en sus muñecas, me aseguro de que estén bien y no la lastimen

—Sabes que tolero el dolor —susurra en mi oído paseando lengua por el lóbulo. Tengo el cuerpo suspendido sobre el de ella con la cabeza gacha mientras le colocaba las esposas. El sentir su lengua viperina sobre uno de mis puntos sensibles me altera todo

—Lo sé. Siempre has sido de hierro y muy pero muy caliente...—la mirada se le oscurece más

—¿Que esperas para darme lo que quiero? —inquiere

Reina Italiana [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora