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A la víbora de la mar, por ahí no debes pasar porque encantado vas a quedar...

Sharaf

Después de regresar a Europa, estabilizar a la rubia caprichosa, ponernos en orden con respecto a los acontecimientos, pude respirar «tranquilidad».

Si bien la captura de Ariana Vecchio no me afecta en lo personal, lo hace en lo profesional. Bueno, en los negocios, ya que ser un terrorista no te lo enseñan en una universidad, aunque puedo alardear el tener títulos como empresario y economista.

Quién me ve solo cree estar frente a un multimillonario y multifacético musulmán, por los títulos colgados en mi oficina en Dubái. Mi rostro no se ve vinculado con los negocios ilícitos, a pesar de rodearme de criminales de talla mundial.

Las apariencias engañan, si lo hago yo, también así lo hace Lucrecia Vecchio, quien detrás de esos ojos llamativos y sus rabietas explosivas, tiene la fuerza y carácter para arrastrar a quien sea con tal de preservar lo suyo. Pero hay otra loca, la amiga exhibicionista e intensa, me tiene tragando amargo desde que la conocí.

Mis ojos la captan cuando trae un traje de baño minúsculo, si a eso se le puede llamar tal cosa, solo le cubre parte de las tetas y el monte de venus, lo demás está al aire libre. Los hombres de la guardia familiar la observan casi queriendo abalanzarse encima de ella y comérsela.

El ojo me tiembla y me pica la nuca al presenciar tal espectáculo. «Siguen así y voy a ir hasta ellos para sacarles los ojos de las cuencas». Fuese mi mujer y le dejaría ese culo rojo de todos los azotes por estar exhibiéndose de tal forma.

—¿Se les perdió algo? —reclama al grupo de hombres parados en línea recta alrededor del jardín—. ¿Nunca vieron a una mujer semidesnuda tomar el sol? -los tipos balbucean cosas, haciendo el esfuerzo de quitar sus ojos de ella y yo me río al verle el rostro contraído de molestia—. ¿Tú de que te ríes? —me mira con los ojos entonados.

—De ti —echo la espalda hacia el respaldo de la silla y cruzo las piernas—, pareces una payasa y ridícula, peleando por creer que todos quieren verte —digo con sorna. Me divierte molestarla y a la rubia caprichosa

—Púdrete idiota.

Me dedica el dedo corazón acompañado de una mueca amarga, río llevando el vaso de limonada a los labios, atento al cuerpo esbelto lanzándose a la piscina. Se echa agua con las manos, nada de aquí allá durante un rato y no sé cual es la peor tortura, si pasar hambre obligado por un mes o tenerla a ella poniéndome dura la verga. Mantener las piernas cruzadas me molesta, estoy en un ángulo dónde puedo ver los pliegues de su coño y como se mueven sus piernas con agilidad por el agua haciendo rebotar sus nalgas.

Imagino como se vería ese redondo y azotable culo sobre mi verga, saltando una y otra vez encima de mí mientras lo estrujo con fuerza y le doy fuertes nalgadas, dejando el recordatorio de mí en su piel o esas divinas tetas haciéndome una paja rusa, mi pene entre ellas y sus manos apretándolas, subiendo y bajando por el falo duro.

Siento calor. «Estás excitandote estúpido». El cuello de la camisa me molesta, meto dos dedos dentro para ajustarla y suelto el primer botón cuando no hallo como respirar de forma normal. Cojo el vaso de limonada, apurando el líquido por mi garganta al ver la mujer de mis pesadillas caminar al toldo dónde estoy sentado. Odio a una mujer con tatuajes, profanan el cuerpo asignado por Dios para servir en la tierra. Sin embargo los de ella no me molestan, los luce con orgullo y naturalidad aunque parecen echos en la cárcel, sin embargo no es impedimento para el mundo ya que voltean a verla sin reparo alguno.

—Soy divina, lo sé —sonríe orgullosa, secando su cabello con la toalla.

—No, luces como exconvicta —tuerzo los labios en una mueca burlona.

—Tu amigo no opina lo mismo —lanza una mirada pícara a mi entrepierna. Para mi desgracia y bochorno se pone más dura con sus palabras. «Charmuta».

—Así es naturalmente —me remuevo incómodo ocultando el bulto con la mano.

—Ajá —se quita la parte de arriba del bikini liberando los pechos. «Lo está haciendo a propósito»—, se cómo se...“motiva” un hombre y me encanta darle de comer a la mirada —guiña el ojo con picardía colocándose un albornoz grueso yendose por dónde vino, dejándome ahí con la imagen de sus aureolas y bien cachondo.

La rabia invade mi cuerpo junto a la calentura, aumentando mi molestia por estar así de excitado. Todavía no se me borra la imagen de las apetecibles aureolas de la loca ni mucho menos esos labios carnosos soltando improperios a los hombres que la ven.

Doy risa y pena al mismo tiempo, ninguna mujer lo suficiente buena o guapa me ha puesto como una locomotora sin siquiera ponerme un dedo encima, una felación, algo. Los hombres como yo somos dominantes, controlamos nuestro cuerpo y mente para evitar corrernos ya que nos motiva el hecho de imponer castigos a las sumisas, torturarlas, quebrarlas, darle a entender que somos dueños de sus actos carnales, no al revés. «Ya no soy el crío sumiso iniciando en este oscuro mundo».

Todo eso se está yendo por un tubo al tener esa mujer en frente de mí con su seguridad apabullante, la vestimenta ridículamente exhibicionista y los tatuajes adornando su piel bronceada. «No soporté toda esa mierda para convertirme en dominante y luego venga ésta a tenerme así». Con urgencia le doy una patada a la puerta de la habitación, cierro azotándola y voy hasta el equipaje, rebusco en el interior para sacar el anillo estimulante que me coloco en el falo luego de haberme deshecho de la ropa y tirarme en la cama. Cierro los ojos en un intento de relajarme, coloco una mano cubriendo mis ojos mientras la otra sostiene el falo duro, una terrible jaqueca se apoderó de mí y la sangre se me calienta todavía más por la rabia.

«Parezco un crío con éstas actitudes de mierda»

Poco a poco me relajo, los músculos del cuello dejan de sentirse como piedra al igual que la verga, el sueño me vence y la jaqueca va desapareciendo a medida de que me siento en el limbo del sueño pero...

—Lástima, venía a ayudarte con eso —abro los ojos de golpe, encontrando a la mujer de pie, con una blusa de encaje y unos mini shorts, apoyada al marco de la puerta viendo mi entrepierna semidura.

La rabia cosquillea mi piel otra vez, volviendo a causar la punzada del dolor de cabeza y el temblor en el ojo por su mera presencia y el olor frutal de su perfume. «Como me afecta hasta la voz de ésta mujer, Allah bendito».

—Vete —gruño con amargura.

—Ay, estamos delicaditos —suelta una risita caminando hasta la cama y sentarse en la orilla.

—Bettany, de verdad vete, no estoy de humor para soportarte —digo haciendo acopio de la poca paciencia.

—Como verás estoy cansada de tanto leer y leer números, mi habitación están limpiándola y la tuya es la más cercana —va quitándose la ropa acomodando las prendas en el sillón del rincón—, vamos a compartir un rato la cama —entra en ella, metiéndose bajo las sábanas—. Espero no te moleste.

Sonríe sin mostrar los dientes luego se da la vuelta y pone el culo en pompa dándome la espalda; respiro hondo pellizcando el puente de la nariz, clamando fuerza de voluntad para de verdad no zurrarle el culo con azotes. Salgo de la cama para ir al baño, cierro con llave, abro la ducha graduando el agua y luego me concentro en quitarme el anillo estimulante. Lavo el juguete, lo hago a un lado e introduzco el cuerpo bajo el chorro de agua. Pierdo la noción del tiempo de cuánto he durado en el baño, le huyo a tener que dormir con la tentación ahí al lado, con esa vaga excusa de su habitación rondando en mi mente. «Le gusta jugar con fuego», pienso para mis adentros al entrarme la risa por su mala excusa y el atrevimiento de apoderarse de mi cama.

Con desgana salgo del cuarto de baño, llevo una toalla alrededor de mi cintura, camino por la habitación hasta el sillón donde coloco la prenda y entro en la cama, cojo el reloj pillando la hora: son las diez de la noche. No cené, tampoco tengo hambre. Bueno, si hay algo que quiero comer y lo tengo al lado. Alejo ese pensamiento cuando me acuesto dándole la espalda. Me obligo a cerrar los ojos, no pensar en ella y sumirme en el sueño de hace rato pero el calor de su mano recorriendo mi cuerpo, apegando su anatomía a mi espalda dando el placer de sentir sus pechos rozar mi piel y sus piernas enredándose con las mías, echan a la basura las pocas esperanzas de querer descansar un poco.

Reina Italiana [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora