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Corona, Sangre y Catástrofe
Parte 2.

Ariana

Los días transcurren con lentitud, parece que ha pasado una eternidad desde mi llegada a este lugar, un infierno total, rezando un mantra por las noches para poder soportar el encierro.

Todo se basa en hostigamientos, castigos, poca comida, largas horas de trabajo, maltratos por parte de los militares, baños de agua helada en plena madrugada y permanecer desnuda hasta que ellos decidan ponerle fin a mi sufrimiento. Sin embargo nada de lo que me hagan me hará decir una palabra y en verdad, ¿que puedo yo hablar? Ningún tipo de conocimiento tengo acerca del mundo en el que he vivido desde que nací y fue mejor así ya que quien está en la línea de sucesión es Lucrecia y ella se hará cargo de toda esa porquería.

Claro que he sido participe de muchas cosas malas hasta me involucré por petición de Lucrecia en un pequeño trabajo por lo que terminé aquí, pero esto es mi culpa, no debí escabullirme dentro de la central para ver a una persona que no siente lo mismo por mí, ni siquiera un mínimo de respeto o algo de remordimiento por todo lo que me están haciendo.

Por millonésima vez me han trasladado a la sala de interrogatorio, donde he pasado extenuantes rondas de preguntas durante horas sin obtener resultado porque sigo sin hablar. Aplaudiría su perseverancia pero la risa es lo que me embarga cuando veo todo el esfuerzo que toma esa mujer para no matarme de una vez.

—¿Otra vez tú? —digo cuando veo entrar a la señora vestida en un traje azul marino, tacones beige y su cabello marrón corto alisado—. Ya aburre su rutina.

—Podemos cambiarla a algo más entretenido si así lo desea su majestad —se mofa tomando asiento frente a mí.

—¿Sabe? He tenido una discrepancia durante estos días —comento observándola a los ojos.

—¿Ah, sí? ¿Cuál será? —finge interés mostrando una sonrisa .

—Si felicitarla por su perseverancia o reírme de su estupidez —deja de sonreír con altivez y da paso a un gesto de amargura—. Optaré por la segunda opción, ¿que le parece? —murmuro sonriendo de manera pedante.

Alza la mano plantando un bofetón que me hace girar el rostro, mecánicamente llevo una mano a la mejilla ardiente y luego la bajo volviendo el rostro al frente con una sonrisa, aunque por dentro quiero estallar y matarla aquí de una vez.

—A las insolentes no les va bien aquí —comunica por trillonesima vez. «Me está cansando su discursito»

—A las perras se les arranca la piel y se queman vivas como Juana de Arco, allá —contraataco—. ¿Cree usted tener la fuerza suficiente para soportar esos castigos? —inquiero viéndola de arriba abajo, notando como aprieta la mandíbula y cruje los dientes sutilmente de rabia—. Creo que no, al primer corte ya agonizó y murió, muy triste para usted quién se hace llamar ministra de la rama más letal de la milicia —sacudo la cabeza en negación.

—Cállate niña estúpida, tienes prohibido hablar, mucho menos en ese tono, a tus superiores —golpea la mesa con el puño—. A ti será a la que le irá mal estando aquí porque tu familia se ha olvidado de tu insípida existencia —escupe con altivez. Estos trucos de psicoterror son muy estúpids—. Ayer fue el matrimonio de tu hermana la asesina y hoy su coronación. Dos eventos y tú no estuviste en ellos, me atrevo a decir que aquello fue más importante que tú —se burla.

—Para empezar le estoy hablando normal —respondo tranquila fingiendo mirarme las uñas—. El mundo sigue su curso señora, ellos son influyentes, por supuesto que deben continuar —me encojo de hombros.

—Es una lástima para ti tener esa familia de mierda, eres preciosa e inteligente. Serías una pieza perfecta para nosotros —utiliza otra táctica. «Patética»

Reina Italiana [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora