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Narrador Omnisciente

En la mansión Santorini, la rabia y el dolor está in crescendo al relatarse las atrocidades impuestas por el jefe de la mafia griega a quien hasta ahora es su esposa y madre de su hijo varón. El heredero, hasta el momento, de todo aquel imperio majestuosamente criminal, se mantiene en silencio, escuchando el porqué del castigo a su madre, lo que descubrió y lo que fue su pase directo a ser encarcelada, flagelada y humillada de tal forma, quedando libre la mujer culpable de desatar tal infierno.

Eros siente como la rabia sufre una metamorfosis en su cuerpo, calentando demasiado su piel y causándole el estallido de una migraña intensa, al tratar de contener la ira hacia su padre y el de no destrozar la casa para quemar todos los malditos recuerdos de lo que una vez fue una infancia feliz.

Al terminar con paciencia de escuchar, le pide a su mano derecha quitarle las cadenas a su madre, sacarla de la habitación y llevarla a otro lugar seguro. Ya él se enfrentaría a su padre cuando toque el momento. El dolor de quitarse la venda sobre quién es Aristóteles Santorini para él, es intenso, lo corroe y asfixia.

—¿Está seguro señor? —dijo Marlon dudoso.

—Obedece y punto —exigió el chico—. En veinte minutos en la pista, nos largamos de aquí.

Salió disparado de la habitación, sin esperar respuesta de su hombre, dando zancadas por los pasillos, apartando con furia a los empleados quienes lo observan con tristeza y horror, hasta llegar al despacho dónde se encierra dando un portazo, va hasta la licorera y se sirve un trago de Jack Daniel's seco, empinándose el líquido desde la botella al final, ya que el pequeño sorbo del vaso no le calma el incendio causado por las emociones revoloteantes en su pecho.

Mientras qué, en la mansión Vecchio los ánimos siguen igual de caldeados, donde Aristóteles discute intensamente con su amante quien le exige hacer algo para buscar a su hija menor en donde sea que la tenga la CCFE metida y éste se siente entre la espada y la pared con tanta presión, pues no tiene el derecho para influir en las toma de decisiones sobre aquello cuando nunca se hizo cargo de su paternidad y ahora es su amigo/némesis quién tiene la potestad de decidir y calcular cada paso sobre la operación.

—¿Vamos a dejar que lo maneje Marcos? —insistió otra vez—. ¿Así quieres ser el líder del Triángulo? —dijo en tono de reproche.

—Marcos dejó en claro la situación —espetó, pellizcando el puente de la nariz—. Si tienes que exigirle a alguien eso es a él, tú marido, déjame de joder por Dios —le exigió molesto intentando irse de allí pero la mujer le rodeó un brazo con la mano, clavándole la uñas para impedirselo.

—Te jodo porque eres el padre de la...niña —dijo con desagrado—. Y no mueves ni un dedo para buscarla —cruzó los brazos encima de su tórax, mirándolo con una ceja enarcada.

—Recuerda quien es el padre de ella, Fiorella —se pasó las manos por la cara y luego el cabello en gesto de frustración—. Y ese no soy yo sino tu marido, ¿lo recuerdas? —le da una mirada furiosa—. Yo no tengo ese derecho gracias a ti.

—¿Gracias a mí? —río de ironía—. Fuiste tú quien huyó cuando le dije sobre el embarazo —mencionó brotando molesta y rencor por los poros—. ¿Que querías que hiciera? ¿Esperar por ti? —frunció el ceño—. Mientras tanto debía huir porque sino me iban a castigar por adultera y traidora hasta que el flamante Aristóteles Santorini se decidiera hacerse cargo de su metida de pata —soltó aquel reproche contenido por años, batiendo las manos con dramatismo—. Debía darle un apellido a esa mugrosa, así que lo lógico era ponerle el Vecchio —se encogió de hombros tratando de restarle importancia.

Reina Italiana [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora