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Cuando el gato se va, los ratones hacen fiesta...

Lucrecia

Despierto odiando al mundo. Sí, si es posible odiarlo más, a todo y a todos, incluyendo un objeto: la cama. El cuerpo de Bettany casi encima de mí me asfixia y estoy a punto de ahogarme con su mata de cabello; sin un ápice de sutileza, la empujo fuera de mi espacio vital y rueda por la cama hasta caer al suelo. Como una exhalación se levanta, aún somnolienta, sacudiendo la cabeza de un lado a otro, con los puños arriba y en posición de pelea.

—¡Nadie va a joderme mientras duermo! —vocifera al aire, los ojos achicados, caminando hacia la puerta a la defensiva— ¿Están aquí verdad? ¡Llegaron los hijos de putas! —me pongo de pie para ir al baño, pasando por su lado y sacudiendo la cabeza en negación.

—Debes dejar las drogas Bettany o por lo menos cambia de proveedor —digo cogiendo el cepillo de dientes.

—Dile a tu marido que mejore su producto entonces, él es quien me vende —replica— ¿Fuiste tú quien me empujó? —dice cayendo en cuenta acercándose al umbral de la puerta del baño.

—¿Yo? —la miro con ojos de cachorrito. «Hazte la loca y finge demencia», eso funciona siempre—. ¡Sería incapaz de tal aberración! —murmuro fingiendo indignación.

—Precisamente tú serias capaz de eso y mucho más —responde—. Olvidas que te conozco muy bien, te odio —pasa por mi lado cogiendo el cepillo que acabo de dejar sobre el lavabo y se dispone a cepillarse.

La fulmino con la mirada por el atrevimiento. Es mi cepillo favorito, ahora tendré que quemarlo. 

—Ese era mi cepillo favorito —entro a la ducha, abro el grifo y dejo al agua caliente relajarme los  músculos tensos. Siento como si hubiese sido la piñata en una fiesta de niños.

—El ojo por ojo, hermana —responde antes de salir.

Opto por colocarme algo cómodo, práctico y abrigado, ya está llegando el viento frío del invierno y no pienso morir de hipotermia antes de cumplir lo que debo. Mi amiga y yo salimos de la habitación para ir a desayunar e iniciar con las labores que se han pospuesto por mi salud, sin embargo la alta música llama nuestra atención, inunda el área principal, los empleados me observan con preocupación al verme bajar.

—¿Que es esa música? —pregunto a Isobel, quién se acerca a paso apurado hasta mí.

—Tu padre, cariño. Se la ha pasado bebiendo toda la noche con Gail y están bastante ebrios —comenta midiendo mi reacción.

Proceso la información. Marcos bebe, eso normal. Pero ¿hacer un espectáculo? Esto tiene que ser obra de Gail. Se lo advertí, había tardado tanto en hacer algo así, Dios libre y también se halla follado a todo el personal de la mansión porque no pienso soportar los reclamos de mi tía por su hija la vagina alegre.

—¿Ebrios? —espeta Verónica con ironía entrando al salón—. ¡Están hasta el infinito y más allá! —se echa a reír.

Niego sacudiendo la cabeza. Solo dos días fuera de combate y ya todo se va a la verga, hacen lo que se les da la gana y de pronto hasta mi papá se le mueve la azotea de tal manera. De algo grave debió enterarse o haber visto para ponerse de esa forma. Algunas razones se me vienen a la cabeza pero no hago especulaciones hasta averiguar un poco más. Exhalando de forma ruidosa y cruzada de brazos camino con intensión de ir al despacho, con las mujeres pegadas a mí, solo dimos unos cuantos pasos hasta que Eros entra azotando la puerta principal. Todas damos un respingo, girando para encararlo. En grandes zancadas se detiene en medio del salón, se quita los lentes de sol como Horatio Caine de CSI Miami y murmura entre dientes:

Reina Italiana [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora