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Había una vez dos locos con síndrome de Estocolmo...

Lucrecia

Pisamos Florencia luego del mediodía, la brisa fría pega en mi rostro al bajar del auto, ajusto los lentes de sol y camino para entrar a la mansión, la misma se encuentra en caos total, con el personal entrando y saliendo, llevando y trayendo arreglos florales, sillas, mesas, todos los adornos para la ceremonia y posterior a ello la fiesta.

Cada persona fue registrada minuciosamente antes de pisar las inmediaciones de la Mansión Vecchio, nadie tiene permitido usar celulares ni ningún dispositivo excepto los audífonos y micrófonos asignados por mí. El personal de seguridad también debe usar el material.

Entro tomada de la mano de Eros, somos recibidos con sonrisas disimuladas y cabezadas leves de parte del personal de la casa, saludando con efusividad los más antiguos, esos que vieron crecer a los Vecchio; los demás abren paso mientras trasladan rápidamente los adornos.

Estoy muy feliz, algo que no sucede con regularidad en mi vida; tener a Eros a mi lado, tomando de mi mano y dándome besos ocasionales en el cuello o la coronilla, ha sido una de las mejores cosas que me ha sucedido. Lo miro por largo rato, sonriendo de oreja a oreja, sus brazos rodeando mi cintura, está observando el jardín donde están construyendo la capillita para la ceremonia, se queda por unos minutos mirando como poco a poco colocan cada cosa en donde va, dándose cuenta de la hermosura de Florencia frente a nosotros y sus ojos brillan de alegría por tal cosa.

-Soy un arte cariño pero procura no desgastarme todavía -baja el rostro para verme a los ojos-. Nos falta una eternidad y quisiera llegar intacto -sonríe burlón, encogiendo mi corazón al ver su espectacular rostro griego.

-Jamás voy a cansarme de verte, así que acostúmbrate -paseo una mano por su rostro suavemente, concentrándome en sus labios carnosos- ¿Estás seguro de hacer esto?

-Por supuesto, no era el plan inicial pero me harté de seguirle el juego a...-aprieta los labios, la rabia le agita un poco el pecho, continúo acariciándole el rostro y así logra calmarse un poco-. Mejor, pensemos en otras cosas, ¿sí? -hace una pausa-. Así que si, la respuesta es sí

Asiento, sonriéndole.

-Vale, ¿tú madre vendrá?

-La invité -dice-. Está en una casa alquilada cerca de aquí con Giana. Si se siente cómoda vendrá, sino está bien, le dije que entendía sus razones -gira mi cuerpo para pegar mi espalda a su pecho, así puede acariciar mi vientre-. No será fácil reaparecer en público luego de tantos años...

-Será un shock para todos, incluso para mí -confieso-. La recuerdo muy poco pero sé que era una maravilla de mujer.

-Lo es, a pesar de la porquería que tuvo que vivir, sigue siendo una maravillosa mujer -responde temblándole la voz. Se me arruga el corazón, formando un nudo en mi garganta.

Respiro profundo para tragarme todo eso, todavía no es momento de ponerme a llorar como magdalena, mucho menos por aquello de Hera, haría sentir mal a Eros por su madre y no, no debe ser así. Además, en mi defensa, puedo decir que las hormonas son las culpables de mi estado sensible y el alto libido sexual. Cómo bien puedo estar montando a mi hombre, disfrutando de sus caricias duras y salvajes, al otro segundo ya estoy llorando por cualquier estupidez. Esto del embarazo no está gustándome para nada, los pechos me han aumentado de tamaño, creo que una talla más, mis caderas están anchas y siento la cara hinchada, de tanto comer estoy en riesgo de rodar al final cuando esté a punto de parir.

Para mi alivio mi estado aún no me impide cumplir con mi deber, antes de venir a Florencia pasé por la celda dónde está Fiorella en Atkins, ya está neurótica exigiendo ser liberada y soltando improperios en contra de todos. Para su desgracia me importa una mierda lo que diga, así que jugué un buen rato con ella, empleando castigos sencillos extremadamente dolorosos, aunque no quiero que esté, debe estar presente como mínimo en la ceremonia, luego será trasladada como un miserable animal devuelta a su celda. Lo gratificante, y aplaca el asco hacia ella, fueron sus preciosos gritos y gimeteos de dolor, suplicando piedad para detener el castigo. La pobre tendrá que asimilar de una vez por todas la vida de mierda que ella misma encogió vivir.

Reina Italiana [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora