No juguemos en el bosque porque el diablo ya llegó...
Lucrecia
Nuestro pequeño momento íntimo llegó a su fin con la llegada de Aristóteles y mi padre.
—Es un gusto conocer al verdadero Eros —pronuncié con sorna
—Pensé que Marcos jamás te sacaría de esa caja de cristal —me miró fijamente—. No me malinterpretes, Francia es preciosa pero prefiero el calor de Italia o la inmensidad hermosa de Grecia —se dirige a papá—. Pero al fin la obra de arte salió de su museo —dijo con sarcasmo. Rodé los ojos
—Él exagera un poco, ¿no es así, padre? —lo miré y éste se removió incómodo posando su mano en la espalda como gesto de protección—. De ahora en adelante el negocio lo llevaré yo —aviso, obteniendo una sonrisa maliciosa de su parte—. Todo lo que tenga que ver lo tratarás personalmente conmigo —comento sin titubeos.
Ensanchó la sonrisa victorioso, como un depredador delante de su presa acorralada. En sus ojos se encendió una llamarada de lujuria y peligro, esa que he visto en otras oportunidades. Esto es lo que por años esperó y por fin, su día ha llegado.
—Empecemos el juego...—me ofrece la mano y sin vacilar, la estrecho.
«Aquí la que jugará contigo soy yo», pensé plasmando una sonrisa inocente en mi rostro. Miento al negar que estoy ansiosa estando rodeada de estos hombres poderosos, enigmáticos y sobretodo provocativos. También el hecho de poder quemarme con el fuego en el intento de seguirle el paso al dichosito juego.
Llevamos una charla amena durante la cena mientras los tragos van y vienen con si estuviésemos en un bar.
Eros no ha dejado de lanzarme miradas sexosas en lo que va de noche, relamerse o mordisquearse el labio inferior. ¡Siento calor! Volteo a todos lados, de manera inconsciente, buscando a Dios quizá o tratando de que el libido no se me dispare al ver los gestos de este hombre.
«¿Dios, estás allí? ¿Podrías evitar que me desnude y me folle a ese hombre aquí? ¡Por favor!», elevo súplicas al cielo, esperando que alguien de allá me escuche.
La tensión es mucha, me pesa, algo que nuestros padres no notan —lo que me sorprende es cómo se han llevado toda la noche— pero él sí, disfruta de verme en tal estado, su sonrisa lo delata y sus ojos brillan al hacerlo. ¡Maldito engreído!
Decido poner distancia de por medio, así que de un solo empujón vierto el trago en mi garganta y salgo disparada al patio. Agradezco el clima fresco, es de esos días cercanos al otoño por lo que comienza a hacer frío pero al adentrarme a la parte trasera del lugar maldigo el haber salido sin abrigo, me estoy congelando. Maldigo en silencio, refunfuñando y cruzando los brazos sobre mi pecho en un vano intento de infundirme calor.
Sigo hasta detenerme casi en el límite de la propiedad para apreciar el lugar, es como la entrada principal pero mucho más amplia, hay cabañas privadas —supongo para reuniones más formales— y una increíble vista de esta parte de Sicilia.
Por inercia camino un poco más donde se aprecia mejor el cielo estrellado, hay unas mesas y sillas bordeando la isleta de la piscina, me apoyo en el borde de una y veo hacia arriba, admirando la inmensidad de la noche y la preciosa luna.
Me abrazo a mi misma con fuerza, el frío ataca sin clemencia acicalando en mis huesos y erizando mi piel pero la noche está bonita como para ignorarla, además no quiero ver a don idiota seguir su plan de incitación y darle lo que quiere.
—Idiota —mumuro.
Unas manos, las cuales me imagino de quién son, deslizan un abrigo sobre mis hombros, lo que agradezco por el frío de puta madre que está haciendo.
—¿Quien? ¿Yo? —dice en tono burlón. Giro la cabeza y le dedico una mirada de molestia envolviéndome más en el abrigo calentito.
—¿Cuando te cansarás de perseguirme? —digo un poco fastidiada—. Ya pareces un perro faldero.
—No me cansaré hasta hacerte mía —suelta airoso. Vuelvo a verlo y estallo en una risa escandalosa mientras en sus labios vacila esa sonrisa arrogante que se carga cuando siente seguro de si mismo—. Eres mi mayor sueño —guiña un ojo.
—Me alegro por tus buenos gustos y la perseverancia para cumplir tus sueños —le digo—. Lástima que soy tu superior y estoy por encima de ti —le devuelvo el guiño—. Inalcanzable, ¿te suena familiar? Porque eso represento también, loco —me muevo de la mesa.
—Loco por follarme esos labios, otra vez —susurra casual acercándose por detrás poniéndome cardíaca—. No tienes idea de las veces que he imaginado esa boquita tuya chupándome la verga como esas veces —sus palabras lascivas me descontrolan el pulso pero me mantengo serena para no demostrar como me afecta.
—Tienes excelente memoria, amigo —me vuelco chocando con su pecho y el olor a su perfume amaderado me golpea con fuerza los sentidos—. Bien por ti pero no va a pasar nunca más —palmeo su hombro, rodeándolo para huir de la escena.
—Pequeña Lu, negar lo evidente es hipócrita de nuestra parte, ¿no lo crees? —rodea mi brazo deteniendo mi huida—. Ambos sabemos lo que queremos y hoy cerraremos el trato con broche de oro, un glorioso y delicioso beso —le da una calada al cigarrillo. ¿Cuando lo encendió?
—¿Que más soñaste, querido? —reí con sarcasmo, soltándome del agarre pero él me sujetó con más fuerza pegándome a su anatomía. «Está caliente»
—El día en hacerlo nuevamente —dice bajando el rostro casi rozando mis labios—. Es decir, en este momento bajo el cielo estrellado y la disposición de tu cuerpo a mí —rápidamente une sus labios con los míos danzando al unísono, arrastrando mi sentido común al borde de la cordura y dejándome llevar por este hombre arrogante e inmensamente atractivo.
El tiempo se ralentiza por unos minutos, encendiendo fuego a nuestro alrededor aunque las llamas ardientes solo queman nuestra piel, lo que hace encender las ganas durante el beso suave y profundo. Llevaba un tiempo sin probar el dulce néctar de estos labios que me vuelven loca, causan estragos en mi interior colisionando en cada célula y explotando en infinitas motas calientes de brazas expulsadas del fuego crepitante.
Nuestros labios danzan de un lado a otro, a lo que mi cuerpo reacciona por la posesión de su boca sobre la mía y en la forma en como su lengua saborea mi interior. Besa mis mejillas bajando por la mandíbula hasta el cuello, saqueando de hito a hito con fiereza, recogiendo con habilidad el sabor de mi piel y mordisqueando sutilmente los lugares de mi debilidad. Los pezones los tengo erectos rozándose con su pecho suavemente, aprovechando esto sube su mano derecha para atrapar a Sofia entre sus dedos y estruja una nalga con la otra, pegando más mi cuerpo al suyo —si eso es posible— e invade otra vez mi boca. Pequeños jadeos salen de mí demostrando lo bien que me hace sentir y lo fácil que puedo perder la cordura cerca de él.
«Tócame, así como me gusta», me tragué las palabras para no dejarlas salir e hincharle el ego al señor idiota/ardiente.
Nos detuvimos por falta de aire, apoya su frente sobre la mía intentado recuperar un ritmo normal a nuestras respiraciones y pulsos acelerados por el pequeño momento. Él me miró cuando se separó de mí, con esa sonrisa diabólica suya y yo, a pesar de haber disfrutado de ese estúpido beso y sabroso manoseo, lo abofeteé.
—No vuelvas a besarme sin mi consentimiento —le di un empujón dejándolo ahí estupefacto y yo me fui con una sonrisa triunfante.
Permitirme dejar llevar a la primera que me besa es demostrar la ventaja sobre mí, el que sea mi debilidad, lo pone por delante y ya es suficiente con todos estos años llevando la delantera. Sí, lo deseo, quiero tenerlo para mí como lo he hecho con otros pensando en él pero no es cuándo y cómo él quiera. Las cosas se harán a mi manera y tarde o temprano tendrá que aceptar la realidad de nuestras posiciones.
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Reina Italiana [En Edición]
RomanceLibro I de la trilogía deseo, peligro y perversión. "Una pequeña convertida en el Diablo y un demonio dispuesto a quemar el mundo junto a ella. Entre el 𝒅𝒆𝒔𝒆𝒐 y el amor habrá mucha codicia y traición. Mientras vivan en un mundo criminal deberán...