14.

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Toda acción tiene una reacción

Lucrecia

Aterricé como puede en la pista privada de la mansión Vecchio y rápidamente la guardia de ambos bandos rodea el lugar apuntando las armas hacia el jet. Muy bien entrenados, saben que es un avión desconocido y tiene orden de atacar si o sí. Abro la compuerta y desciendo con lentitud observando a todos, recibiendo de vuelta miradas de especulación, asombro y algunas de preocupación por mi aspecto maltratado.

Piso el último escalón y gritan:

—¡Lucrecia! —de forma mecánica volteo en busca de la voz pero la luz se apaga y pierdo el conocimiento

De golpe abro los ojos, angustiada y con nerviosismo. Bruscamente me levanto de la cama pero una intravenosa casi al final del líquido y el dolor en todo el cuerpo me impide mayor movimiento. El pomo de la puerta gira, abriéndose y dejando ver a papá junto a una doctora y una enfermera.

—¡Oh hija! —exclama, una nota de preocupación se cuela en sus palabras—. Nos tenías con el jesús en la boca —habla mientras sigo con la mirada los movimientos del personal médico— ¿Lucrecia? —llama mi atención

—¿Ah?

—¿Si te sientes mejor?

—No, siento como si me fuesen pasado una aplanadora por encima— ¿Cuanto tiempo llevo así? —clavo la mirada en él.

—Un par de horas —me informa— Sharon indicó que debía suministrarte analgésicos y antiinflamatorios porque tu cuerpo sufrió algunas heridas y debías descansar —aprieta mi mano con la suya

Me remuevo pero un tirón en el abdomen me retuerce el gesto y dejo escapar un resoplido de dolor. El rostro me duele a horrores por los golpes de Gaetano, la herida del puñal y toda la fuerza usada para acabar con esos soldados. Papá aprieta mi mano, transmitiendo fuerza con ese toque y en el fondo lo agradezco. Tenía un buen rato sin enfrentarme a una pelea cuerpo a cuerpo y menos en tanta desventaja como lo estuve en ayer. Sin embargo no podía permitirme morir de esa forma, no encerrada en un castillo de cristal con el enemigo respirando el mismo oxígeno que yo.

«¿Segura que es tu enemigo?» refuta mi subconsciente. Dudar de ello simplemente es ridículo, pues todos a mi alrededor son enemigos, algunos se deben mantener cerca y otros lejos pero siempre en la mira.

Como me dijo mi madre un día: "Tienes la belleza de una Diosa y la letalidad del Diablo. Úsalo a tu favor y ten al mundo besando tus pies"

En cada oportunidad le hago honor a esas palabras porque se de mi belleza impactante, no paso desapercibida y lo que llevo dentro de las piernas es un tesoro encantador y domador de bestias, sin embargo se olvidan de lo más importante: «el cerebro». Tengo a favor lo excelente estratega que soy. Por esa razón Giuseppe viene a mí. Shawn nos emboscó para atraernos. Daniel sigue mis pasos en la clandestinidad y Eros, él hace lo que sea con tal de estar conmigo, sucumbió a sus sentimientos aunque no lo crea y yo...yo estoy sucumbiendo ante él.

La doctora escribe en una tabla de madera en la que se apoya, revisando signos vitales, el progreso de las heridas y cada rincón de mi cuerpo. Percibo un atisbo de algo en ella, además me es familiar, supongo, pero no doy de donde.

Es alta, morena, con ojos claros y vivaces. Fácilmente puedes perderte en ellos si no eres capaz de ver más allá. Lleva un suéter color morado, ajustado a su torso, dando una buena vista a través de la ropa de sus curvas, estas bajan hasta sus caderas envueltas en un pantalón de gabardina negro y se pierden en lo ancho de las botas de este. Capto su mirada sobre mí y arqueo la ceja devolviéndole la misma con un gesto pétreo. No me inspira ni un mínimo de confianza. Escrutarla bien es darme cuenta de quién es, una puta del burdel de los Santorini, observo su toque con asco ya quiero que deje de tocarme y se largue de aquí.

Reina Italiana [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora