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Caperucita Atrapada y Confundida

Lucrecia

El roce de sus dedos entrelazando con los míos electrifica el momento. El calor emanado por su cuerpo al pegarse al mio envía una sensación extraña por mi torrente sanguíneo, quiero quitármelo de encima pero es como si también disfrutara de esta cercanía.

¿Me quedo quieta? Puede ser.

¿Lo golpeo? Joder, por supuesto.

¿Corro? ¡Claro que debo correr, carajo! Pero tengo las piernas plantadas en el suelo, mi cerebro envía las órdenes más mis extremidades no reaccionan a las peticiones de huída.

—Creo que te sorprendí —ríe. Su voz es pausada, ronca y sedosa cómo lo he recordado las veces que hemos tenido interacción—. Sabía que debía tener tacto con nuestro primer encuentro —se aleja un poco de mí.

«¡Es él, es él! El demonio griego, mi cazador», repite mi subconsciente.

Por supuesto es él, aunque esa voz la asocio con otro nombre. «Klauss», es lo que llega a mi mente y muchas sensaciones más. Debo estar equivocada, esto tiene que ser una broma de Adolf, suele ser muy chistosito, Lorenzo también o incluso el propio Elliot, se cargan un humor negro de los mil demonios.

—Debo estar equivocada —sacudo la cabeza alejando el pensamiento, más para convencerme a mí que a él.

—Eres muy dulce, Lucrecia —murmura muy bajo, un pequeño brillo ilumina parcial o poco el lugar— ¿Lo sabías? —el olor a cigarrillo comienza a envolvernos de un momento a otro.

Abro la boca para responderle, sin embargo, los gritos de mis guardias incluyendo los de Julia y Elliot impiden tal acción, llamando mi atención al pronunciar mi nombre frenéticamente. Vuelvo mi vista —temblorosa de descubrir la realidad— hacia el árbol pero él ya no está, se fue y no me di cuando sucedió.

«¿A donde se habrá ido?», frunzo el ceño dándole la vuelta al árbol pero no hay nada, se esfumó.

Caigo en cuenta de algo: han  penetrado el anillo de seguridad, se han burlado de nosotros de frente y por tantos años. Todo este tiempo me han mantenido oculta para evitar, supuestamente, esto y resulta que él supo mezclarse con todos los guardias de la familia. «¿Como no se me ocurrió desde un principio?, ¡Por Dios!»

He sido tan ilusa al subestimarlos, pensando que ya no era su presa, creyendo que podía mínimamente librarme del yugo auto impuesto, dejar de ser el objeto apostado en un estúpido juego y estar marcada por la mafia griega. Hoy la realidad vuelve a caerme encima como balde de agua helada. La guerra es inminente, la lucha de poder aún está ahí solo he sido apartada para no ver los acontecimientos reales, él llegó para mover su ficha comprada por su padre, la ficha que soy yo.

—Sacame de aquí, Lorenzo —pronuncio al verlos llegar en manada.

—¿Estás bien? —Julia se acerca a mí pero la esquivo pasando por su lado.

—Han penetrado mi guardia —le dirijo una mirada gélida. Pobre no tiene culpa de esto pero la rabia y vergüenza me está consumiendo en este momento— ¿Cómo más puedo estar? —respondo, entrando de nuevo al palacio para largarme de aquí definitivamente.

Abordamos el auto sin cruzar palabra otra vez. Todo el camino de regreso a la casa fue de un silencio sepulcral, el cual agradezco porque debo poner en orden todo lo que tengo en la cabeza y tratar de calmar los nervios combinados con la rabia. Al llegar exijo total discreción del asunto hasta poder hablar con mi familia y tener conocimiento del siguiente movimiento. De lo que estoy segura es el fin de este teatro de años, ya basta de ser la chica en apuros, la cenicienta de la mafia escondida por miedo a enfrentar la verdad.

Reina Italiana [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora