Capítulo 12

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Vah Ruta era enorme. A pesar de que la había visto cien años antes del Cataclismo y recordaba su aspecto, ahora parecía aún más intimidante. Su estructura era de diseño sheikah. Tenía una forma redondeada, y en la parte delantera se había construido un enorme tubo alargado. Expulsaba el agua desde allí.

Brillaba con una luz violácea, señal de que el aura de Ganon todavía se encontraba dentro de ella.

La Bestia Divina estaba en el Embalse Oriental. Como las aguas eran muy profundas, Sidon me ayudó a llegar hasta Vah Ruta.

El príncipe zora me deseó buena suerte una vez más antes de sumergirse y desaparecer de mi campo de visión.

De modo que me armé de valor y entré en Vah Ruta.

Lo primero que vi fue un terminal. Era igual que los que poseían los santuarios y las torres. Cuando coloqué la piedra sheikah sobre él, un mapa de la Bestia Divina apareció en la superficie lisa del artefacto. Un enorme punto anaranjado brillaba justo en el centro de la Bestia.

"Dirígete a la Unidad Central de Control para conseguir el dominio total de la Bestia Divina", leí en la piedra.

Eché a andar en dirección al punto brillante del mapa. Vah Ruta era todavía más enorme por dentro; tenía muchas salas que se comunicaban entre ellas mediante complicados mecanismos. En algunos recodos pude apreciar residuos viscosos de la maldad de Ganon, lo que indicaba que él seguía ahí dentro.

Después de lo que me pareció una eternidad, llegué a la sala principal de Vah Ruta. Era amplia y espaciosa, y la Unidad Central de Control destacaba justo en el medio de la estancia. Coloqué la piedra sheikah de nuevo sobre un terminal, esa vez en el más importante de la Bestia Divina.

Y, sin previo aviso, el aura maligna de Ganon comenzó a rodear el terminal.

Frente a mis ojos estaba formándose una criatura hecha de los residuos de la maldad del Cataclismo. Flotaba en el aire; ni siquiera poseía piernas. En una de sus enormes manos sostenía la lanza más larga que había visto nunca. Era de color azulado, y su diseño era semejante al sheikah.

—Ganon dejó parte de su enorme poder en cada una de sus Bestias Divinas —escuché de pronto decir a una voz. Era dulce, familiar. Mipha—. Así se aseguraría de que nadie se las arrebataría de las manos. Esto que tienes ante ti es la Ira del Agua de Ganon. Hace cien años, yo... no fui capaz de derrotarle. Pero estoy más que segura de que tú sí lo lograrás.

El monstruo soltó un desgarrador y agudo chillido. No obstante, sujeté la empuñadura de la espada con más fuerza y me preparé para lo que estuviera por venir.

Al principio únicamente me dedicaba a observar los movimientos de la criatura con atención. Observé y observé..., hasta que encontré un punto débil.

Saqué el arco y cogí una flecha del carcaj. Tensé la cuerda lo máximo que pude y apunté. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de disparar, la Ira del Agua se teletransportó de forma mágica hacia el otro extremo de la sala. No tuvo suficiente con hacerlo una vez; repitió el mismo movimiento en otras dos ocasiones. Y consiguió sacarme de quicio.

—Diosas, quédate quieto —mascullé.

Por fortuna, el monstruo no fue lo bastante rápido en ese momento y mi flecha acertó en su ojo, que se asemejaba al que poseían los guardianes. Dejó escapar un nuevo chillido y cayó al suelo. De modo que yo aproveché mi oportunidad; corrí hasta donde se encontraba aquel ser y descargué el acero sobre su deforme cuerpo tantas veces como me fue posible.

Y, después de repetir y repetir aquel mismo proceso, por fin le asesté el golpe final.

Contemplé el modo en que aquella criatura se retorcía para, al instante, desaparecer.

El Héroe de HyruleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora