Capítulo 13

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Confiaba en que Viento estuviera siguiendo el sendero que llevaba hasta Akkala, porque yo ni siquiera estaba prestando atención a mis alrededores. Y solo empecé a hacerlo cuando me di cuenta de que anochecía. Busqué con la mirada algún lugar que pudiera servirnos de refugio y, por fortuna, divisé una cueva no muy lejos del camino.

Era pequeña, pero lo suficientemente grande para mí y para Viento. Le quité la silla al caballo y le di de comer y beber. Después, saqué algo de leña de las alforjas y encendí una hoguera. Me senté junto al fuego con un suspiro, intentando entrar en calor. Mordisqueé algo de pan, pero no tardé demasiado en dejarlo apartado. No tenía hambre.

De modo que clavé la vista en el fuego. El sonido que producía la madera al crepitar era... relajante. A veces, la brisa fresca de la noche se colaba por la entrada de la cueva, haciendo que las llamas danzaran con rapidez.

Y, de pronto, mientras prestaba atención a los ruidos nocturnos provenientes del exterior, un recuerdo regresó a mi memoria.

—_—_—_—_—

Nunca había corrido tan rápido. Ni siquiera durante los entrenamientos en el patio de armas del castillo, antes de que me armaran caballero, había alcanzado tal velocidad. Y, a pesar de que ya estaba atardeciendo y el sol abrasador seguía golpeando con fuerza, no podía permitirme parar. No hasta que ella estuviese segura.

Me aferraba a la Espada Maestra con tanta fuerza que las tiras de cuero que adornaban la empuñadura dejaron marcas en la palma de mi mano.

"Oh, la princesa se va a enfadar contigo como nunca en esta ocasión", susurró una vocecita en mi cabeza. "Si aún sigue viva, claro está... "

Ante aquel pensamiento, una pequeña parte de mí comenzó a sentir miedo. Pero no era por el castigo que me impondría el rey si fallaba y alguien hacía daño a su hija... Se debía a que, en realidad, no quería que a ella le sucediese nada. Y no solamente porque fuera su escolta.

"Idiota... "

De pronto, la vi. Estaba rodeada por tres  miembros del clan Yiga. Uno de ellos tenía su espada curvada alzada, dispuesto a descargarla sobre la princesa.

Estaba a unos pocos pasos de mí. Sin embargo, empecé a temer que no lo lograría. La distancia era tan corta y, a la misma vez, tan insalvable...

Pero, por fortuna, llegué a tiempo. En el último instante, pero a tiempo.

—_—_—_—_—

—Le... le salvé la vida —susurré tras regresar al presente. Viento me escuchó desde el otro lado de la cueva y emitió un soplido—. Aquello era... era... el desierto. El desierto Gerudo. La princesa y yo viajábamos por todo Hyrule. Yo era su caballero escolta, ¿sabes? —Sonreí—. Pero no nos llevábamos bien. Ella se sentía... inferior porque no podía despertar su poder. Y supongo que yo ya había despertado el mío.

Después de aquello, me encerré en un silencio extraño. Viento aún seguía contemplándome a través de las llamas de la hoguera.

***

A la mañana siguiente, salí de nuestro campamento improvisado y contemplé el paisaje que se extendía ante mí mientras dejaba que la suave brisa me envolviera. Akkala estaba repleta de laderas, pequeñas colinas rocosas, barrancos escarpados y bosques de pinos altos, árboles de hojas rojizas y doradas y hierba larga y cobriza. El mar era visible desde allí; las aguas azuladas bañadas por la luz del sol parecían interminables, abarcando hasta donde alcanzaba la vista y perdiéndose en el horizonte como si no tuvieran fin.

El Héroe de HyruleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora