Capítulo 18

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—Abre los ojos... —decía una voz lejana como un murmullo, suave como un susurro-. Abre los ojos...

Me rodeaba una oscuridad igual de impenetrable que una muralla. Durante un breve instante, temí que, de alguna manera, hubiera vuelto al Santuario de la Vida. Sin embargo, pronto comprendí que eso era imposible.

Aun así, la mera idea hizo que me estremeciera de terror.

Traté de buscar algo que pudiese ayudarme a escapar de la negrura que se cernía a mi alrededor. Y, de repente, un débil destello de luz apareció frente a mí. Poco a poco se fue haciendo más fuerte y cercana, hasta llegar a un punto en que se volvió tan brillante y cegadora que tuve que apartar la vista.

Al devolver la mirada de nuevo hacia la luz, sentí que el corazón se me disparaba. Era... era ella. Estaba allí, frente a mí, brillando por sí misma, real y hermosa.

¿Zelda?

Me sorprendió lo rota que sonaba mi voz.

—¿Zelda? —repetí—. ¿E-eres tú? ¿Eres... eres real?

Ella sonrió con una mezcla de alegría y tristeza.

—Podría preguntarte lo mismo a ti, Link —respondió.

No sabía qué hacer. Por una parte quería reír, por otra quería llorar, y, por una tercera parte, por una parte que incluso yo mismo desconocía, quería correr hacia ella y estrecharla con fuerza entre mis brazos, sin prisa, durante todo el tiempo que quisiéramos.

Pero sabía que nada de aquello era posible. Porque, comprendí de pronto, solo era un sueño. Un simple invento de mi imaginación.

Aun así, ella era tan, tan real...

Había tantas cosas que deseaba decir en aquel momento... Seguramente aquella sería mi única oportunidad para hacerlo y, sin embargo, las palabras no me salían.

Extendí mi mano con lentitud, con cuidado, intentando alcanzar la suya. Ella pareció entender el mensaje y también extendió su mano. Ya casi podía percibir sus suaves dedos rozando los míos, callosos y ásperos. Y, en ese instante, en ese preciso instante, me di cuenta de que realmente había anhelado aquel contacto durante mucho, mucho tiempo.

Me di cuenta de cuánto la había echado de menos.

De repente, escuché un rugido ensordecedor. Instintivamente, busqué mi espada, que siempre llevaba conmigo. Pero no la encontré. Lo único en el mundo que me daba seguridad no estaba allí.

Alcé la vista de nuevo hacia Zelda. Ella había comenzado a brillar otra vez.

—Link... —la oí decir. A medida que la oscuridad la rodeaba, su luz se iba haciendo más fuerte—. Debes darte prisa. Mi poder no aguantará mucho más...

El sufrimiento teñía su voz. Oír sus palabras, tan llenas de dolor y desesperación, me hizo sentir culpable e impotente de nuevo. Porque ella todavía estaba lejos, muy lejos. Y yo no podía hacer nada, no podía ayudarla.

Tiempo. Sí, era eso.

Necesitaba tiempo. Un tiempo del que no disponía.

—Date prisa, Link... —Su luz volvió a cegarme—. Date prisa...

Al abrir los ojos, una nueva luz me cegó. La luz del amanecer.

Me incorporé sobre las viejas mantas con brusquedad, respirando aceleradamente. Escuché un relincho de Viento, que me observaba desde el otro lado del campamento. Un humo débil salía de los restos de la hoguera que había encendido la noche anterior.

El Héroe de HyruleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora