El plan de Riju era una completa locura. Decía que el casco del trueno era lo único que podría detener a la Bestia Divina y, como matriarca gerudo, solo ella sabía cómo hacerlo funcionar. De modo que a mí no me quedaría más remedio que confiar en ella.
Adine protestó, por supuesto. En ese caso, no la culpaba. Había algunas cosas en las que tenía toda la razón del mundo.
—Dejadme ir con vos, mi señora.
—Link será protección suficiente.
Hice una mueca, pero me mantuve en silencio.
—Pero...
—Ya está todo decidido, Adine.
La mujer cerró los dedos en torno a la empuñadura de su espada y resumió su guardia junto al trono. No volvió a intervenir en nuestra conversación.
Riju pasó el resto de la tarde ultimando los detalles, bajo la atenta mirada de Adine. No participé demasiado; parecía que ella lo tenía todo pensado. No había quedado ningún cabo suelto.
La idea parecía sencilla; Riju usaría el casco del trueno para llegar hasta Vah Naboris y luego haría su... su magia gerudo para detenerla. Yo cubriría sus espaldas para que nada malo le ocurriera. Una vez hubiésemos detenido a la Bestia Divina, podría acceder al interior y Riju regresaría sana y salva a su Ciudadela. Del resto me encargaría yo.
—¿Estáis segura de que funcionará? —le pregunté a Riju en susurros.
—¿El qué?
—Lo del casco del trueno.
—Funcionará. Sé que funcionará. Tú solo confía en mí.
Intentaba confiar en ella. De verdad que lo intentaba. Pero la mirada de hierro de Adine estaba siempre clavada en mí, amenazante. Y eso solo lo empeoraba todo.
Dos días después, salimos de la Ciudadela Gerudo al amanecer, como habíamos acordado. Riju no quería que nadie supiera de su partida hacia la Bestia Divina, de modo que nos fuimos por las puertas traseras, cobijados por la niebla grisácea del alba. El sol ni siquiera se había levantado por completo.
Había dos morsas en la arena. Las observé con los ojos muy abiertos y le dirigí a Riju una mirada llena de desconcierto. Ella sonrió.
—Se llaman morsas del desierto. Las usaremos para movernos por la arena —me explicó mientras andaba en dirección a su propia morsa—. Son rápidas. Y también leales.
Me enseñó a montar una morsa del desierto. Al parecer, el animal debía tirar de un escudo. De un maldito escudo. Me negué a usar el mío —si se rompía, quién sabía cuándo podría encontrar otro—, así que Riju me prestó uno nuevo. Era resistente, y estaba claro que lo habían hecho las gerudo. Supuse que sería suficiente.
Me disponía a colocar un pie sobre el escudo cuando Adine se acercó a mí. Riju estaba ocupada con su morsa. Comprendí que no habría un momento mejor para soltar su amenaza final.
—Escúchame bien, shiok —siseó en voz baja—: me da igual quién seas. Si le sucede algo a mi señora, la culpa será tuya. Asegúrate de traerla de vuelta sana y salva, ¿me has entendido?
Le sostuve la mirada durante unos instantes, en silencio.
—Yo también fui escolta de una princesa hace mucho tiempo, ¿lo sabíais? —murmuré—. Creedme cuando os digo que sé lo que hago.
—Más vale que eso sea cierto.
—Os aseguro que lo es.
—Bien.
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El Héroe de Hyrule
FanfictionHace cien años, la princesa decidió sumir al héroe en un letargo para que se recuperase de sus graves heridas. Hace cien años, la princesa decidió sacrificarse por su reino. Ahora, Link despierta en un misterioso santuario, solo y sin recuerdos. Lo...