Capítulo 22

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Los días habían pasado con rapidez. Teba había conseguido regresar al Poblado Orni sano y salvo, y su herida no le estaba dando demasiados problemas. Le había visto desde lejos, la noche en que yo había vuelto al poblado, mientras se abrazaba con su esposa y su hijo. Contemplar aquella imagen me hizo sentir algo extraño, algo que no era capaz de definir con palabras.

Pasé varias noches preguntándome qué era aquella sensación. No obstante, nunca lo llegué a comprender del todo. Pero lo que sí comprendí fue el por qué.

Teba había regresado con su esposa y su hijo gracias... gracias a mí. Quizá jamás lo admitiría en voz alta, pero debía aceptarlo. Había sido capaz de... de reunir a una familia. Yo. Yo, el idiota que se negaba a aceptar quién era.

—¡Link! ¡Papá me va a enseñar a usar el arco! —escuché exclamar a una vocecita que reconocí como la de Tureli, el hijo de Teba, trayéndome de vuelta a la realidad.

Le sonreí y me arrodillé para ponerme a su altura.

—¿Ah, sí? Seguro que dentro de unos días lo harás mejor que tu padre.

—No sería la primera vez —intervino Teba de mí. Se acercó y también se arrodilló junto a su hijo—. ¿Qué te parecería si Link nos acompañara hoy a la zona de entrenamiento?

Le observé con sorpresa.

—Teba... —empecé, pero me detuve al ver que Tureli asentía con energía.

—Papá dice que cuando apuntas haces algo raro con el tiempo. ¿Me enseñarás a hacerlo?

Miré a Tureli y luego a Teba, sin saber qué hacer. Teba asintió de forma casi imperceptible.

—Te enseñaré si me prometes una cosa.

—¿El qué? —inquirió Tureli, con los ojos brillantes de curiosidad.

—Es... es difícil, ¿sabes?

—¿El qué? ¿Lo que haces con el arco?

Sonreí. "Oh, Diosas, es tan inocente... "

—Sí. Eso. Será difícil de conseguir, ¿vale? Pero prométeme... prométeme que no te rendirás.

—Está bien. Te lo prometo.

Mi sonrisa se hizo más amplia. Teba puso una de sus alas sobre mi hombro.

—Deberíamos irnos antes de que se haga tarde —dijo.

Recogí la espada y me dirigí a la posta en busca de Viento. Imaginé que Teba y su hijo irían a la zona de entrenamiento volando; para algo poseían alas. Sin embargo, Teba se ofreció a acompañarme a pie, mientras que yo montaría a caballo.

—No me importa ir solo —le aseguré, intentando disuadirle.

El orni negó con la cabeza.

—No sería cortés que nosotros fuésemos volando y tú tuvieras que patearte todo el camino.

—Tengo un caballo, Teba.

—Lo sé. Pero aun así no sería cortés. Y, además —añadió—, si siempre viajas solo te vendrá bien algo de compañía por una vez, ¿no crees?

Suspiré, resignándome, y monté sobre Viento. En el fondo debía reconocer que él tenía razón; en ocasiones, cuando pasaba noches frías al raso en medio de la nada, echaba de menos la compañía de alguien.

A pesar de todo, tenía que admitir que Viento era el mejor compañero de viaje que se podía pedir. No existía ningún ser más leal que mi montura.

El Héroe de HyruleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora