Capítulo 14

1.2K 145 52
                                    

Rotver accedió a dejarme un buen puñado de flechas ancestrales gratis, pero me advirtió de que, si quería más, tendría que pagar por ellas. También me dijo que podía quedarme a cenar aquella noche con él y su mujer, que había salido a hacer unos recados. Yo no fui capaz de negarme; a pesar de su mal humor constante, en el fondo Rotver me caía bien. Y tenía curiosidad por conocer a su esposa.

Pero antes me acerqué a la posta para comprobar que Viento estuviera bien. Y también para estar a solas durante un rato.

—¿Las ves? —le susurré al caballo, mostrándole fugazmente las flechas ancestrales—. Con esto seremos casi invencibles. —Viento resopló y yo sonreí a medias.

Mientras enredaba los dedos en la crin oscura del animal, mis pensamientos viajaron hasta la princesa. Me descubrí a mí mismo deseando que ella pudiese ver algún día aquellas valiosas flechas.

Era tan frustrante no poder recordar..., no poder saber más acerca del pasado...

Tras haber comprobado que Viento contase con todo lo necesario y haber informado al dueño de la posta de que yo pasaría la noche allí, regresé al Laboratorio de Akkala. Algunos viajeros me observaron con cuirosidad mientras ascendía por la colina. Saltaba a la vista que muy poca gente —por no decir nadie— mantenía contacto con los sheikah.

Nada más abrirme la puerta de su laboratorio, Rotver empezó a quejarse de que había tardado mucho. Y, según él, tener hambre le ponía de los nervios. Aunque, en mi opinión, a Rotver todo le ponía de los nervios.

Menos su esposa —y aquel extraño artefacto, Caramelito—.

La mujer de Rotver resultó ser una sheikah llamada Zheline. Era mucho más alta que él, y también mucho más joven. De hecho, ella misma admitió que era un casi un siglo menor que Rotver. Pero lo único importante era que se querían. Incluso tenían un hijo juntos.

—Se llama Granté —explicó Zheline mientras comíamos—. Es un chico tan fuerte como su padre, ¿a que sí, cielo?

Rotver asintió, sonriéndole a su esposa.

—Aunque por lo que veo tú también eres bastante fuerte, Link. Rotver me ha hablado mucho de ti. Dice que tienes enormes cicatrices por todo el cuerpo. Lo del Cataclsimo tuvo que ser horrible.

Desvié la mirada y dejé de comer. Sabía que los ojos de ambos sheikah estaban clavados en mí, quizá a la espera de una respuesta. Pese a ello, opté por encerrarme en un silencio tenso. No me apetecía hablar de lo ocurrido hacía cien años en aquel preciso instante.

No obstante, Zheline continuó hablando.

—He oído rumores en la posta. Dicen que derrotaste al centaleón del Monte Trueno y que salvaste a una pequeña niña zora.

Mis mejillas comenzaron a arder.

—N-no fue para tanto —traté de decir—. Yo solo...

—Diosas —intervino Rotver, interrumpiéndome de golpe—, no hace falta que seas tan asquerosamente humilde.

—¡Rotver! —exclamó Zheline. Le dirigió a Rotver una mirada fulminante—. ¡No trates así al pobre muchacho!

—Tan solo digo la verdad —gruñó Rotver, encogiéndose de hombros.

Zheline hizo como si no le hubiera oído y se volvió en mi dirección con una sonrisa amable estampada en su rostro.

—No le hagas caso, Link. Fuiste muy valiente al salvar a aquella niña. Eres un buen chico.

—G-gracias —murmuré. Me esforcé por ocultar el rubor de mis mejillas.

—¿Al final conseguiste esos núcleos ancestrales que buscábamos? —le preguntó Rotver a su esposa para cambiar de tema.

El Héroe de HyruleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora