Comencé a sentir la niebla mucho antes de poner un pie dentro del bosque.
Empezó cubriendo la tierra como una fina capa plateada. Era tan débil que se disipaba cada vez que daba un paso. Luego, ocultaba las suelas de mis botas. Y, por último, un mar blanco me llegaba por los tobillos. Y solo entonces supe que había llegado al Bosque Perdido.
La niebla apenas me permitía ver nada, pero logré vislumbrar las formas grotescas de infinidad de árboles muertos. Todo estaba en silencio; ni siquiera se oía el rumor del viento al agitar las hojas.
Todavía estaba a tiempo de arrepentirme. De dar media vuelta e irme de allí. Regresaría a la posta, donde había dejado a Viento, y cabalgaría hasta Hatelia. O quizá iría hacia el castillo. No tendría la espada, pero ¿qué importaba?
Me descubrí pensando que importaba mucho.
"Es solo un bosque", me dije. Había estado en muchos bosques. Aquel no tenía por qué ser diferente.
Sujeté la antorcha con más fuerza. Esperaba que el fuego no se apagara. Sería difícil encenderlo de nuevo entre toda aquella niebla húmeda.
Me armé de valor y, justo cuando iba a dar otro paso, busqué a Zelda.
"¿Estás ahí?"
No recibí respuesta. No la recibía desde aquella noche, en Hatelia. Me había dicho que el Cataclismo estaba bajo control, que teníamos tiempo. Pero quizá se había confiado demasiado. Quizá su poder no era tan fuerte como ella creía.
Esperé un poco más, deseando oír su voz, pero ella no contestó.
Así que decidí no demorarme y me adentré en el bosque.
No se oía nada, ni siquiera el canto de los pájaros. Lo más parecido era el batir de alas de los cuervos. Echaban a volar con solo ver el brillo de mi antorcha.
Todo estaba tan tranquilo que no tardé en empezar a odiar el silencio. Al menos la capa de hojas secas que cubría el suelo crujía bajo mis botas.
Saqué la piedra sheikah, porque sabía que sin ella me perdería. Algo se hundió en mi estómago cuando vi que el mapa era una enorme mancha oscura en la superficie de piedra. Dejé que el artefacto se apagara de nuevo, deseando que fuera un error; rezándole a las Diosas por que fuera solo un error. Pero, cuando se iluminó otra vez, todo seguía estando negro.
Maldije para mis adentros, preguntándome por qué las Diosas eran tan crueles.
Guardé la piedra sheikah y desenfundé la espada. Si no tenía un mapa para guiarme, al menos intentaría no perderme.
Pero eso era muy difícil. Estaba en el Bosque Perdido, al fin y al cabo.
Enterré el filo en el tronco del árbol más cercano. El acero dejó una marca fina y poco profunda. Decidí que sería suficiente.
Continué avanzando por el bosque. Marcaba cada árbol con el que me encontraba, para así asegurarme de que no andaba en círculos. Esperaba que funcionase, porque la verdad era que no sabía en qué dirección estaba moviéndome. Debía ir hacia el norte, hacia al corazón del bosque; sin embargo, la luz del sol no llegaba hasta allí. Quizá las copas de los árboles eran tan altas que bloqueaban la luz, o quizá el verdadero problema era la niebla, pero no tenía forma de saber qué hora del día era.
Aquel bosque casi parecía un lugar separado del resto de Hyrule por una barrera invisible. La mera idea de permanecer allí para siempre me provocaba escalofríos.
Anduve durante una eternidad, hasta que apenas podía levantar los pies del suelo. Fui hacia un árbol y me dejé caer contra el tronco. Vi que en la madera había marcas de mi espada.
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El Héroe de Hyrule
Hayran KurguHace cien años, la princesa decidió sumir al héroe en un letargo para que se recuperase de sus graves heridas. Hace cien años, la princesa decidió sacrificarse por su reino. Ahora, Link despierta en un misterioso santuario, solo y sin recuerdos. Lo...