Capítulo 9

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Me había... me había comprado una casa.

Me había gastado la mitad de las rupias que tenía, pero había merecido la pena.

Mientras paseaba por Hatelia, había visto un camino que se desviaba de la ruta principal. Decidí seguirlo, solo por curiosidad. Y llegué hasta una casa.

No era muy diferente del resto. Basta, rudamentaria, hecha de piedra. No obstante, poseía algo que había llamado mi atención.

Los obreros me informaron de que estaban demoliéndola. Llevaba muchos años abandonada, tantos que ya nadie recordaba quiénes habían sido los anteriores dueños o por qué se habían marchado.

Y aun así...

Quizá llevado por un indomable impulso o quizá pasando por un raro momento de lucidez, había tomado la decisión de comprarla.

Y me mantuve firme, pese a que Karud, el extraño jefe de obras, se había burlado de mí a más no poder.

Viento relinchó de pronto, rompiendo el hilo de mis pensamientos. Habíamos pasado la noche al raso porque no me había molestado en buscar una posta.

Tenía demasiada prisa.

Mientras el caballo comía, saqué la piedra sheikah una vez más. Me perdí en aquellas imágenes que habían conseguido devolverme la esperanza. Las había observado ya en cientos de ocasiones en solo unos pocos días.

Estaba convencido de que el lugar que mostraba la primera se encontraba en algún lugar de la Llanura de Hyrule. Me habían advertido que todavía no me atreviese a acercarme al castillo, pero ¿qué otra opción me quedaba?

—Vamos a ir a un lugar muy peligroso, Viento —le susurré a mi montura al tiempo que acariciaba su crin oscura—. Pensarás que es una decisión estúpida y que estoy loco, pero... Diosas, estoy hablando con un caballo —mascullé, sonriendo a medias—. Confío en ti. Esto es muy importante para mí, ¿sabes?

Recogí el campamento improvisado que había montado la noche anterior. Cuando estuve listo, monté sobre Viento, le espoleé y nos internamos en la olvidada Llanura de Hyrule.

Nadie se atrevía a pasar por allí, de modo que solo se oía el murmullo de la brisa y el sonido que producían los cascos de Viento al pisar la hierba. Había decidido no seguir el antiguo camino en ruinas porque a aquellas alturas, era tan fanasmal que daba escalofríos el simple gesto de dirigir la vista hacia el empedrado roto y consumido por raíces.

Cuanto más avanzaba, más cercano e imponente parecía el castillo. Y también la sombra que se enroscaba a su alrededor.

Traté de mirar a otro lado que no fuese la enrome fortaleza que se erigía ante mí. Iba con cautela por si me cruzaba con uno de aquellos guardianes corrompidos por el aura del Cataclismo. Agudicé la vista y el oído para estar atento a cualquier movimiento entre la hierba.

Vislumbré una construcción de piedra que sobresalía entre un bosquecillo, y tiré de las riendas de Viento para que fuera hacia allí. Se trataba de una especie de altar, rodeado por columnas derrumbadas, grisáceas y tristes. Me apresuré a sacar la piedra sheikah, con manos temblorosas.

Aquel lugar era el mismo que aparecía en la imagen; pude reconocerlo a pesar de que había quedado abandonado después del Cataclismo.

Desmonté despacio y observé el altar con atención. Durante unos breves y angustiosos instantes no ocurrió nada.

Pero luego...

Luego recordé.

—_—

La princesa Zelda me observaba con frialdad. Sí, era la joven más hermosa que había visto nunca. Y, no obstante, en ocasiones su rostro se tornaba duro como la piedra.

El Héroe de HyruleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora