Al amanecer del día siguiente, me despedí de Gyroc, le di las gracias por dejarme pasar la noche junto a su hoguera y me dirigí hacia la torre sheikah. No fue fácil, pero logré cruzar el río saltando de roca en roca. Gracias a las Diosas, no tuve que nadar en exceso.
Pese a que mis manos quedaron de nuevo doloridas, conseguí la porción de mapa que representaba a la región de Necluda. El punto que señalaba a Kakariko ya no flotaba en un mar de oscuridad. Sabía dónde estaba cada lago, cada bosque, cada montaña..., cada montón de ruinas.
Llegué a la posta de Picos Gemelos, de la que me había hablado Gyroc, después de cruzar la estrecha franja que separaba a las dos montañas.
La posta bullía de actividad. Tanto en el interior como en el exterior, los comerciantes regateaban con los visitantes, y los viajeros hablaban entre ellos acerca de los nuevos lugares que habían descubierto. Divisé unos establos, que se encontraban llenos de caballos.
Quizá no me vendría mal conseguir una montura...
―Bienvenido a la posta de Picos Gemelos ―me saludó el posadero―. ¿Te diriges a Hatelia o a Kakariko?
―Voy a Kakariko.
―Ahí viven los miembros de la tribu sheikah. Son gente algo extraña. Hace cien años, antes del Cataclismo, servían a la Familia Real. Ellos fueron quienes crearon esos bichos que ahora vagan por todo Hyrule. ―Suspiró―. Para llegar a Kakariko, coge el camino del norte, luego cruza el puente de piedra que verás más adelante, y solo tendrás que seguir el sendero. Llegarás enseguida. Es un camino bastante seguro y transitado.
―Gracias.
―¿Vas a pasar la noche aquí?
Medité unos instantes mi respuesta. Aquel día, unas temibles nubes negras cubrían el cielo, amenazando con lluvia. No obstante, quizá, si me daba prisa, podría llegar a Kakariko antes de que eso ocurriera.
―No ―contesté al final―. Seguiré hasta Kakariko.
―Muy bien. Que tengas un buen viaje.
Me alejé de la posta sin mirar atrás, deseando con todas mis fuerzas que no lloviera. La Diosa Hylia tendría que escucharme, aunque fuera solo por una vez.
No lo hizo.
Cuando llevaba un rato andando, percibí que unas gotas tímidas comenzaban a caer a mi alrededor. Poco a poco, la lluvia se tornó fuerte y fría. Maldije para mis adentros y me cubrí con la capucha. Los jirones de niebla no tardaron en aparecer entre los árboles, dificultando mi campo de visión
Apuré el paso, con la esperanza de poder continuar siguiendo el camino. Tras unos angustiosos momentos, me percaté de que estaba cruzando un puente de piedra. Aquello me animó.
Distinguí entre las brumas unos característicos arcos de madera, que parecían guardar la entrada a la aldea.
Con solo ver el ojo que habían tallado en la madera, supe que había llegado a Kakariko.
―¡Eh, tú! ―escuché que alguien gritaba. Miré a mi alrededor y vislumbré la figura de una anciana, que me llamaba desde el umbral de su casa―. ¡Sí, tú! ¡Ven aquí! Si te quedas en medio de la lluvia, acabarás enfermando.
Tras unos breves instantes de duda, acabé obedeciendo. No tenía ningún lugar en el que resguardarme hasta que la lluvia amainara. De modo que eché a correr en dirección a la anciana, chapoteando en el barro que se había acumulado en el suelo.
―Vamos, entra. ―Ella cerró la puerta una vez estuve dentro.
El interior de aquella diminuta casa era cálido. Tenía un extraño parecido con la cabaña que el viejo había poseído en la Meseta de los Albores, aunque la de la sheikah estaba indudablemente en mejor estado.
―Debes estar muerto de frío ―murmuró―. Siéntate ahí, junto al fuego.
Obedecí sin mediar palabra. Colocó una manta sobre mis hombros, y yo me arrebujé más en ella, intentando entrar en calor.
―¿Vienes de la posta de Picos Gemelos? ―preguntó.
Asentí con la cabeza.
―¿A quién se le ocurre venir desde la posta hasta esta aldea con esa lluvia? ―refunfuñó.
―A mí.
Tenía razón; debería haber pasado la noche en la posta. Pero habían cosas que aquella anciana desconocía. Cosas que no creería aunque se lo contara.
Ella pareció ablandarse tras escuchar mi respuesta.
―Me llamo Nin. Vivo aquí, en Kakariko. Y tú, ¿cómo te llamas?
―Link.
―¿De dónde eres, Link?
―De la aldea Hatelia ―mentí. O quizá no.
―Bonito lugar ―sonrió―. ¿Hacia dónde te diriges?
―No lo sé. ―En realidad, sí lo sabía. "Este lugar no está demasiado lejos de... "―. ¿Sabe... ? ¿Sabe algo sobre el castillo?
A Nin se le ensombreció el rostro, y yo temí haber dicho algo malo.
―Era solo una niña cuando llegó el Día del Cataclismo. Apenas recuerdo algo de ese día, pero sé que mi familia y yo logramos escapar de la Ciudadela a tiempo. Aquellas reliquias, los guardianes, se volvieron contra nosotros y lo quemaron todo hasta los cimientos.
―¿Y qué pasó con los guardianes después del Cataclismo? ―pregunté, incapaz de contener las ganas de conocer más datos de aquella historia.
―Se quedaron allí ―respondió Nin―. Aun a día de hoy siguen acechando en la Llanura de Hyrule, acabando con cualquier cosa viva que se acerque demasiado a ellos. Pero la gran mayoría se encuentran dentro del castillo. ¿Por qué quieres saber tantas cosas sobre esto?
―Por nada ―me apresuré a contestar.
Ella frunció el ceño.
―Ni se te ocurra acercarte al castillo o a la Llanura de Hyrule. Son lugares muy peligrosos ―me advirtió―. Sé de más jóvenes como tú que lo han intentado, y nunca ha vuelto a saberse de ellos.
―No iré allí ―musité, clavando la vista en las llamas.
Aquella anciana no lo entendía. No entendía que cientos de vidas se habían perdido por mi culpa. Que ahora tenía una segunda oportunidad para intentarlo de nuevo. Y no iba a cometer los mismos errores que había cometido en el pasado.
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Lo sé, lo sé, el capítulo es muuuuy corto. Por eso, quizá publique otro durante esta semana 👀
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El Héroe de Hyrule
FanfictionHace cien años, la princesa decidió sumir al héroe en un letargo para que se recuperase de sus graves heridas. Hace cien años, la princesa decidió sacrificarse por su reino. Ahora, Link despierta en un misterioso santuario, solo y sin recuerdos. Lo...