Capítulo 30

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—¿Qué haces aquí? —siseé.

Se rio con ganas.

—Yo también me alegro de que pudieras escapar de allí —gruñó.

Mi ceño se frunció todavía más.

—¿Cómo conseguiste escapar ?

—Los sheikah tenemos nuestros secretos —respondió con una media sonrisa.

—Pero tú no eres un sheikah.

Aquello debió dolerle, porque la sonrisa se le borró de la cara. La mirada de Shak se volvió de hielo.

—Nací en Kakariko —empezó en voz baja-. Puede que haya tomado decisiones equivocadas, pero sigo siendo un sheikah.

Le sostuve la mirada, todavía con una mano en torno a la empuñadura de la espada.

—Te uniste al clan Yiga.

—Eso hice.

—Mataste a tu líder.

—Eso hice.

—¿Por qué?

—Porque algo me hizo pensar que su causa no era justa.

—¿El qué?

—Tú.

—¿Yo? —repetí, incrédulo—. ¿Por eso le mataste?

—Diosas, alguien tendría que matarle tarde o temprano. Si no hubiese sido yo, habrías sido tú. O quizá él podría haberte matado a ti.

¿Cómo podía hablar así de alguien a quien había matado con sus propias manos? No le tenía aprecio alguno al Maestro Kogg, pero aun así las palabras de Shak me hicieron reprimir un escalofrío.

—¿Y qué vas a hacer ahora? —le pregunté.

—Volveré a Kakariko. Tengo... asuntos que resolver allí. ¿Y tú?

—¿De verdad esperas que te lo diga?

Él resopló y se cruzó de brazos. Me limité a encerrarme en un silencio hosco. De reojo, vi que Shak dejaba su espada sobre la arena.

—Te salvé la vida —resopló de pronto.

Reí sin ganas.

—Ya lo sé.

—¿De verdad crees que quiero hacerte daño?

Alcé la vista y le miré a los ojos. Algo bailaba en ellos. Algo parecido a las llamas de una hoguera. Me encogí de hombros.

Le oí suspirar.

—Lo siento —murmuró al cabo de un rato—. Yo... me equivoqué. Cometí un error, y lo siento.

Quizá estaba siendo demasiado blando, pero me pareció que sus palabras sinceras.

—Tus golpes dolían, ¿sabes? —mascullé.

—Lo sé —asintió él, con el fantasma de una sonrisa dibujado en el rostro—. También lo siento por eso. Debiste pasarlo muy mal.

Guardé silencio, debatiéndome. Alcé la vista hacia el cielo teñido de púrpura.

—Yo... no te guardo rencor —dije al final—. Pero perdonar... perdonar es muy difícil. Llevará tiempo.

—Claro que sí. Eso ya me lo suponía. Pero, por ahora, ¿podríamos tener una... una tregua?

Escudriñé su rostro por unos instantes y luego me encogí de hombros. Él debió tomárselo como un sí, porque su sonrisa se hizo más amplia.

—Así que ¿estamos en paz?

El Héroe de HyruleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora