Ir armado con una espada me daba más seguridad. La presencia del acero, colgado de mi cintura, era familiar, aunque no recordaba haber empuñado nunca un arma.
Y ese era el problema. Que no lo recordaba.
Avancé entre las ruinas de lo que antes fue un pueblo, o quizá una ciudad. Todo estaba tranquilo y, al mismo tiempo, cargado de soledad y tristeza.
Ya me encontraba cerca del lugar señalado en el mapa de la piedra sheikah cuando divisé a tres bokoblins. Eran rojos, gruñían e iban cubiertos de pelo.
Me agaché tras una columna de piedra medio derruida para evitar que me descubrieran. Maldije para mis adentros al darme cuenta de que los monstruos se habían apostado justo frente al sitio al que debía ir. La única salida posible era acabar con ellos.
O que ellos acabaran conmigo.
Me acerqué, medio oculto entre la hierba. No obstante, los bokoblins se percataron de mi presencia pasados unos pocos instantes. Uno cargó su arco y disparó, pero, por fortuna, me aparté del camino de la flecha con rapidez.
Esconderse ya no tenía sentido, así que me puse en pie y cargué. Desenvainé la espada que me había dado el anciano y la blandí sin apenas darme cuenta de lo que hacía. Mi brazo parecía moverse solo, como si supiera lo que tenía que hacer, como si lo hubiera hecho muchas veces antes y tuviera una gran experiencia.
Derrotar a aquellos monstruos fue sorprendentemente fácil. Al terminar, contemplé la hoja de la espada, sin comprender lo que acababa de ocurrir.
¿Por qué sabía usar un arma? ¿Quién me había enseñado? ¿Cuándo?
Tenía demasiadas preguntas... y ninguna respuesta.
El lugar marcado en la piedra sheikah estaba justo frente a mí. Advertí un pedestal parecido al que había dentro del Santuario de la Vida.
Coloqué la piedra sheikah en el agujero del pedestal, que tenía la forma exacta del pequeño artefacto.
"Piedra sheikah verificada", leí. "Iniciando la activación de la torre. Se prevén fuertes temblores."
El suelo bajo mis pies comenzó a temblar con violencia, y, cuando me di cuenta, podía ver toda la Meseta de los Albores desde arriba. Divisé bosques, lagos, pequeños riachuelos, colinas y, por supuesto, ruinas. Las malditas ruinas.
"Se va a actualizar el mapa de la zona", me informó la piedra sheikah.
Unos extraños símbolos aparecieron en la roca puntiaguda que se encontraba sobre el pedestal. Una gota diminuta cayó sobre la piedra sheikah. En el mapa, antes completamente vacío, había aparecido una zona nueva. La Meseta de los Albores. Me sería útil tener un plano de ella.
De repente, escuché un murmullo. Era suave, apenas audible, pero yo alcancé a oírlo.
"Recuerda... ", decía. Una luz brilló en el castillo. La misma luz que me había hecho despertar. "Intenta recordar. Haz memoria... "
Algo iba mal. Lo supe al instante. Un impulso creció dentro de mí. Quería ayudar a la dueña de aquella voz, fuera quien fuese. No quería volver a notar en sus palabras el dolor y el sufrimiento que, por alguna razón, siempre estaban presentes cuando hablaba.
Pero miles y miles de leguas nos separaban.
"Has estado sumido en un letargo de cien años", prosiguió la voz. Sentí un nuevo temblor en la tierra. "Cuando la bestia recupere su auténtico poder, será el fin de nuestro mundo."
Contemplé con horror como una sombra rodeaba el lúgubre castillo, espesa y oscura. La luz se fue haciendo cada vez más fuerte, hasta que logró contener a aquel... monstruo.
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El Héroe de Hyrule
FanfictionHace cien años, la princesa decidió sumir al héroe en un letargo para que se recuperase de sus graves heridas. Hace cien años, la princesa decidió sacrificarse por su reino. Ahora, Link despierta en un misterioso santuario, solo y sin recuerdos. Lo...